Pastoral Bbiblica - Meditaciones Bíblicas sobre la fe
Índice del artículo
LA FE DE LA VIUDA POBRE
Lc 21, 1-4
- 1.Texto
1Estaba Jesús viendo cómo los ricos depositaban sus ofrendas en las arcas del templo. 2Vio también a una viuda muy necesitada que echó allí dos monedas de poco valor. 3Y dijo:
-Les aseguro que esa viuda pobre ha echado más que todos los demás; 4porque ésos han echado de lo que les sobra, mientras que ella ha echado desde su pobreza todo lo que tenía para vivir.
- 2.Meditación
A Jesús nada se le escapa. Lo imaginamos atento, mirando las actitudes de todos los que van al templo de Jerusalén a cumplir con sus deberes religiosos. Sus observaciones ponen de manifiesto dos actitudes diferentes, dos modelos de vida y de relación con Dios: los ricos que dejan en las arcas del templo ‘algo’ de lo mucho que tienen, y la pobre viuda que entrega ‘todo’ lo que tenía para vivir.
En escena, aparecen primeros los ricos. ¿Qué habrá visto Jesús en ellos? Su arrogancia al dejar la ofrenda, el desinterés que tienen por los pobres, la intención velada de hacerse notar y ser reconocidos por todos.
La intención del autor no es decirnos que la riqueza en sí es mala, pues el mismo Evangelio presenta a algunos personajes ricos, como Zaqueo (19,1ss) y Susana (8,3) que son capaces de aceptar el mensaje de Jesús y desprenderse de ellos; lo que el autor está criticando son ciertas actitudes que tiene una persona cuando el dinero se ha apoderado de su corazón.
Jesús ya les había advertido a sus discípulos acerca de estas actitudes: a ese tipo de personas les interesan los puestos de honor, ser saludados en la calle y ponerse vestidos lujosos (20, 46-47); ellos son a los que se acostumbra invitar a los banquetes con el deseo de que nos devuelvan el gesto (14,12); los que andan preocupados en sus bienes y negocios, y desprecian el banquete del Reino (6, 18-19); los que no comparten lo que tienen con los necesitados, aunque los tengan en la puerta de su casa (16, 19-21).
Un ejemplo muy claro de esta actitud reprobable es el de los principales del pueblo de Israel: el texto que meditamos está precedido por varias discusiones entre ellos y Jesús (19,47-20,47). En los fariseos, saduceos y maestros de la ley, en todos ellos, Él había encontrado un corazón cerrado y autosuficiente, que se valora desde parámetros humanos (tener dinero, poder o conocimientos) pero poco reconoce su necesidad de Dios. Ellos son también los ‘ricos’ que, aunque tienen la buena costumbre de dar su limosna, ofrecen lo que nada le cuesta, dan lo que les sobra, son los que no se atreven al abandono total en manos de Dios.
Lucas nos describe también la situación de estos frente al Reino que viene a instaurar Jesús: los ricos son los que “ya han recibido su consuelo”, los satisfechos que “un día tendrán hambre”, “los que ahora ríen” pero luego “llorarán” (6, 24-25).
La causa de todo esto no es la riqueza material, sino lo que hay en el corazón. Por eso, Jesús hará contrastar las actitudes de estos “satisfechos” que “ya han recibido su consuelo” y “ahora ríen” (6, 24-25) con las actitudes de un personaje sencillo y callado, del que sólo sabemos cuatro cosas, nada favorables: se trata de una mujer, pobre, viuda (v. 2) y que ofrece al templo, desde su pobreza, todo lo que tenía (v. 4).
Si por su condición de mujer ya estaba en desventaja ante las instituciones judías, su situación se agrava por el hecho de haber quedado sin marido y por el silencio que hace el texto de la existencia de posibles hijos. Lo más seguro, es que haya quedado sola. ¿Qué es una mujer viuda de la que no se hace mención de tener hijos y que es pobre? Ante los ojos de los hombres, nada: no tiene protección, ni medios para subsistir, ni posibilidades de salir adelante. A ella, le queda su fe en el Dios a quien, como fiel israelita, le entrega de corazón lo poco que tiene. Lucas, en su obra, nos describe a varias de estas mujeres: la profetisa Ana (2, 37), las viudas de Israel y la viuda de Sarepta (4, 25-26), la viuda de Naín (7,12), la viuda inoportuna que va insistentemente con el juez (18,3.5), las viudas que son víctimas de los escribas (20, 47), las desatendidas en la comunidad cristiana (Hch. 6,1), y las de Tabita (9, 39.41); y en todos estos pasajes, este curioso personaje símbolo de todos aquellos que, en Israel, esperaban al Mesías; de los “pobres de Yahvé” que tienen un corazón libre de deseos de poder, tener o placer; de los que son dóciles para escuchar su Palabra y están dispuestos a recibir la gracia de Dios.
La viuda es el anti-tipo de los ricos -de todos los ‘satisfechos’ de Israel- y muestra a toda la comunidad para la que se dirige el evangelio, y también para cada uno de nosotros, que nuestra relación con el Señor no se basa en lo mucho que nosotros podamos ofrecerle, sino en lo mucho que él tiene que hacer en nosotros.
La viuda reconoce su situación, sabe que es pobre, que está necesitada, que sólo Dios es su esperanza y su vida, y se abandona. El gesto de entregar las dos moneditas que tenía para vivir es el signo de la entrega total al Señor, la ofrenda de la vida entera a quien es el Señor de la vida. Alguien podría juzgarla de temeridad: ¿Cómo se atreve a ofrecer lo único que Dios le ha dado para sobrevivir, exponiéndose a morir? Sin embargo, se trata del gesto, por antonomasia, de la generosidad y la confianza. Todo lo que ha recibido, lo ha recibido de Dios; y si es capaz de la entrega es sabiendo que aquél a quien ofrece es el Dios de los pobres que nunca desampara; es en la plena confianza de que el Señor “no se queda con nada”, de que su generosidad es infinitamente mayor que la nuestra. Porque sólo abandonándose a la voluntad de Dios y en la entrega sin límites es como el corazón se dispone para que Él mismo haga maravillas en su vida. Entrega absoluta, dependencia absoluta, confianza absoluta. La viuda no quedará defraudada: su Dios es un Dios que ve, que oye, que ama, que cuida a sus ovejas como el pastor a su rebaño y, si es necesario, que es capaz de dejar las noventa y nueva para ir al rescate de la necesitada (Lc 15,4).
El gesto de la viuda es capaz, finalmente, de relativizar el gesto de los ‘ricos’. Una obra buena, una buena intención, siempre será capaz de dejar al descubierto las intenciones del corazón; no sólo las intenciones propias, sino también las ajenas. Así como la luz hace notable todo ante nuestra vista, así el creyente, con su sola conducta- reflejo de la luz del Señor-, hace notar a los demás si sus acciones son conforme al plan de Dios, o no.
Jesús sigue al pendiente de lo que hacen los hombres, tiene su mirada siempre puesta sobre cada una de nuestras acciones. No por ello nos sentimos vigilados y observados, como si Él fuera un juez que espera a dar la sentencia definitiva. No. Al contrario, nos reconocemos amados por el Señor que tiene siempre puesta su mirada en nosotros (Lc 1,48), sin importar si somos ricos o pobres, si le correspondemos o no.
Tenemos, pues, dos modelos con los que podemos identificarnos. Pensemos ahora sobre nosotros mismos. ¿En qué tenemos puesta nuestra seguridad? ¿Cuáles serán nuestras ‘dos moneditas’ que el Señor nos está pidiendo en este momento? ¿Confiamos plenamente en Dios, somos capaces de abandonarnos en él? ¿Qué tal anda nuestra generosidad? ¿No será que el amor a las cosas o a las personas nos hace esclavos, incluso de nosotros mismos? ¿Somos capaces de dar y de donarnos? ¿Qué es lo que le ofrecemos a diario al Señor?
Este pasaje del Evangelio que ahora meditamos es una clara invitación del Señor a la generosidad, a la donación total de nuestra vida por Dios, por la Iglesia, por el bien de todos los hermanos. Todos tenemos algo que ofrecer: pobres y ricos, estudiados y no, empleados o patrones… Es un llamado a la humildad de quien reconoce que todo lo ha recibido de Dios y que Él es el dueño absoluto de todo, de forma que puede disponer de ‘sus cosas’ según su parecer. Es una invitación a la confianza y al abandono en Dios, que siempre nos ama y nunca nos desampara, a pesar de las dificultades.
Dejemos que la palabra del Señor transforme nuestra vida. Para los ‘ricos’ del pasaje nada cambia con “dar de lo que les sobra”; en cambio, el Señor transforma la vida de aquellos que, como la viuda, lo dan todo sin reservas. ¿Qué te estará pidiendo el Señor?
3.- Oración
A ti, Padre, que conoces mi corazón,
ante quien mis intenciones son claras como la luz del día,
y que sabes lo que tengo y lo que soy;
a ti que no rechazas a nadie y amas a todos personalmente
y valoras el esfuerzo de los sencillos y humildes;
a ti, que lo has dado todo, hasta el sacrificio de tu propio Hijo por nosotros;
a ti, el Señor que nunca se deja ganar en generosidad,
que viste los campos de flores y aromas,
que socorre siempre a hombres y animales,
y a quien hasta la hoja del árbol obedece…
a ti Señor, rindo mi vida.
Te entrego todo lo que soy.
Reconozco que eres el dueño absoluto de mi vida,
mi fuerza y mi seguridad.
Toma todo, hasta lo que más trabajo me cuesta,
lo que más amo, a lo que más me aferro.
Libra mi corazón de toda soberbia
y abre mis manos al bien de mis hermanos.
Muéstrame cómo quieres que yo te sirva.
Amén.
EN LA EUCARISTÍA CELEBRAMOS Y FORTALECEMOS NUESTRA FE
Lc 22, 14-23
- 1.Texto
14Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con sus discípulos. 15Y les dijo: -¡Cómo he deseado celebrar esta pascua con ustedes antes de morir! 16Porque les digo que no la volveré a celebrar hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios. 17Tomó entonces un cáliz, dio gracias y dijo: -Tomen esto y repártanlo entre ustedes; 18pues les digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios. 19Después tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: -Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía. 20Y después de la cena, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: -Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre que se derrama por ustedes. 21Pero el que me entrega está sentado conmigo en esta mesa. 22Porque el Hijo del hombre se va, según lo dispuesto por Dios; pero, ¡ay de aquel que lo entrega! 23Entonces ellos comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos era el que lo iba a hacer aquello.
- 2.Meditación
La mesa está preparada. Candelabros y antorchas alumbran la sala; el cordero está asado, el vino añejado y los panes sin levadura ya habían sido cosidos. Los invitados han llegado y el clima es muy familiar y festivo. Jesús también llega y se sienta a la mesa con sus discípulos (v. 14). La hora ha llegado. ¿La hora de cenar? Más aún: la hora de la salvación, la hora de la misericordia, la hora en que Jesús llevará a plenitud su misión en el mundo. Es también la hora de las tinieblas, porque junto a la mesa se sienta también el traidor y en unas cuantas horas Jesús será procesado injustamente.
El banquete nos evoca aquella profecía de Isaías (25,6ss) en donde el Señor prepara aquellos manjares de exquisitos alimentos parar saciar a sus fieles. Esta es la hora del cumplimiento. Jesús lo sabe, conoce el plan del Padre y está dispuesto a llevarlo a buen fin. Lo desea, no va obligado a la cruz, ni por obligación se queda en el pan y en el vino: es el amor su guía; por amor está dispuesto a entregarlo todo, a entregarse a sí mismo, en la cruz y en el pan: ¡Cuánto he celebrar esta pascua con ustedes antes de morir! (v. 15). Conoce su destino, su muerte inminente y también su glorificación, esa que tendrá lugar en el ‘reino de Dios’, donde volverá a celebrar la pascua eterna, en la Jerusalén celestial (Ap 21).
Ya Lucas nos había mostrado cómo el banquete es el símbolo de la familia que es reunida, acogiendo a justos y, sobre todo, a los pecadores (5,29; 7,36; 14, 15ss; 19,6); es símbolo de la alegría del perdón y la fiesta por que el hijo (todos los que aceptan el mensaje de Jesús) estaba perdido y ha sido encontrado (15,23-24). Sin embargo, la celebración de la pascua cobró en esa noche santa unos rasgos particulares que son observables en la misma narración.
Nos llama la atención, en primer lugar, una bendición especial que hace Jesús sobre el pan y el vino. Él hace una innovación dentro del mismo rito. Ciertamente los judíos hacían circular la copa cuatro veces, entre acción de gracias y bendiciones: eso es palpable en la primera de las dos copas que menciona el texto que ahora meditamos. Lucas ha hecho de toda esa cena un rito único por el que la comunidad creyente (de ayer y de hoy) comprende que la eucaristía cristiana (acción de gracias) está enraizada en la pascua judía.
Después de tomar, dar gracias, partir y repartir el pan, Él mismo aclara a sus discípulos qué es lo que comen: -Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes (v. 19). No hay engaño, ni sentido figurado, ni parábola en sus labios: el pan ha dejado de ser pan para convertirse en su cuerpo, aquél cuerpo que María llevó en su vientre durante nueve meses y que estará en unas horas pendiente de una cruz por amor a nosotros.
Los mismos gestos hace con el cáliz, y se los da a beber diciendo: -Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes. ¡Ahora podemos comprender mejor el misterio de su muerte! Jesús ha dado a beber a sus discípulos su sangre misma, explicándoles que esa nueva alianza que tanto esperaba Israel –y en él, toda la humanidad-, será sellada definitivamente con su sangre.
La antigua alianza, en el Sinaí, había sido sellada con la sangre de machos cabríos (Ex 24, 4-8). En aquel entonces Dios había elegido a Israel como el pueblo de su propiedad, y éste se había comprometido a serle fiel en el cumplimiento de su voluntad manifestada en los diez mandamientos. Pero la historia es testigo de cómo Israel fue infiel y de cómo -una y otra vez- fue renovando su alianza con el holocausto de carneros. Aquella alianza necesitaba ser renovada radical y definitivamente. Israel lo sabía. Los profetas, en particular Jeremías, hacían surgir la esperanza anunciando que Dios realizaría esta alianza nueva y eterna con su pueblo: Vienen días, oráculo del Señor, en que yo estableceré con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá una alianza nueva. No como la alianza que establecí con sus antepasados… Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo… me conocerán todos, desde el más pequeño hasta el mayor… Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados (Jer 31, 31-34).
Únicamente Lucas nos habla de esta nueva alianza (v. 20) conectando la Eucaristía con el misterio de la muerte sacrificial y redentora de Jesús: su sangre ha perdonado nuestros pecados y ha sellado la alianza definitiva por la que todos tenemos acceso al Reino, que es salvación, misericordia, paz y gozo para todos los hombres de todos los tiempos.
Ahora bien, también es Lucas el único que pone en labios de Jesús el mandato expreso de repetir aquél gesto de acción de gracias y bendición: -Hagan esto en memoria mía (v.19). Las primeras comunidades comprendieron bien lo que había querido decir Jesús en esta última cena con sus discípulos, por eso comenzaron a reunirse para escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la fracción del pan (Lc 24, 30-31.35; Hech 2,42); este era motivo también para compartir los alimentos con alegría y sencillez (Hec 2,46; 6,1) y pronto comenzaron a reunirse especialmente en domingo para conmemorar la pascua del Señor (Hech 20,7).
Nosotros, herederos de una misma tradición, seguimos reuniéndonos dos mil años después para celebrar aquél misterio de amor. Resuenan aún en los oídos de la Iglesia aquellas palabras de Jesús: -tomen y coman-, -tomen y beban-, -háganlo en memoria mía-. Desgraciadamente se constata cada vez más cómo son menos los fieles que se reúnen el domingo para celebrar la victoria de Jesús sobre la muerte y el mal. El mundo nos gana. Nos absorbe el ‘descanso’, el paseo, las diversiones que se nos ofrecen, y nos cuesta trabajo dedicar un momento para sentarnos a la mesa con Jesús. ¡Si tan sólo comprendiéramos la altura, la anchura y la profundidad de tal misterio! En la Misa lo vivimos todo: la reconciliación con el Señor, la escucha de la Palabra, la entrega de la propia vida, el encuentro con Cristo-Pan de vida, el encuentro con los hermanos, el canto que anima el corazón, el envío a la misión; con razón se han concentrado en una sola celebración todos los tipos de oración: perdón, acción de gracias, intercesión, súplica, bendición y alabanza. ¡Si tan solo nos dispusiéramos, saldríamos transformados de cada Eucaristía! Nos hemos acostumbrado al misterio, por eso es que necesitamos volver a oír con atención aquellas palabras: -Esto es mi cuerpo-, -Esta es mi sangre-; Jesús mismo se hace presente entre nosotros, el mismo en sus obras y palabras.
Desafortunadamente no basta con la presencia en el banquete del Señor. Los últimos versículos que ahora meditamos nos narran como en la misma mesa estaba sentado el traidor y Jesús se los hace saber. El hecho causa admiración entre todos los discípulos hasta el grado de preguntarse unos a otros a quién se refería Jesús (vv. 21-23). Ciertamente es el plan de Dios el que se realiza –porque el Hijo del hombre se va, según lo dispuesto por Dios (v. 22)- pero ¡ay de aquél que lo entrega!
No nos vaya a suceder a nosotros. No seamos de esos que salen del templo y se les olvida que son cristianos; esos que recién escucharon la Palabra de Dios y la echaron ‘en saco roto’; pero aún, esos que comen el cuerpo del Señor indignamente, o lo hacen dignamente pero no son constantes en su vida de gracia. ¿No seremos nosotros esos nuevos traidores que comparten el pan con Jesús?
Vivamos intensamente la celebración Eucaristía. Jesús nos invita a diario a recordar cuánto nos ama y cuánto hizo por nosotros, en el Sacramento del altar.
- 3.Oración
AL CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS[1]
¡Oh Corazón eucarístico, oh amor soberano del Señor Jesús, que has instituido del augusto Sacramento para permanecer acá abajo en medio de nosotros, para dar a nuestras almas tu Carne como alimento y tu Sangre como celestial bebida! Nosotros creemos firmemente; ¡oh Señor Jesús!, en este amor sumo que instituyó la Santísima Eucaristía, y aquí en tu presencia es justo que adoremos este amor, que lo confesemos y lo ensalcemos como el gran centro de la vida de vuestra Iglesia. Sabemos que tú no estás diciendo en este Sacramento:
¡Mirad cuánto los amo! ¡Quiero llevar a cabo la transformación de sus almas en mí, que soy el crucificado; en mí, que soy el pan de la vida eterna! Denme, pues, sus corazones, vivan de mi vida, y vivirán de Dios.
Nosotros lo reconocemos, ¡oh Señor!, tal es el llamamiento de tu Corazón eucarístico, y te lo agradecemos, y queremos, sí, queremos corresponder a él. Otórganos la gracia de penetrarnos bien de este amor sumo, por el cual, antes de padecer, nos convidasteis a tomar y a comer tu sagrado Cuerpo. Graba en el fondo de nuestras almas el propósito firme de ser fieles a esta invitación. Dadnos la devoción y la reverencia necesarias para honrar y recibir dignamente el don de tu Corazón eucarístico, este don de tu amor final. Así podamos nosotros con tu gracia celebrar de modo efectivo el recuerdo de tu Pasión, reparar nuestras ofensas y nuestras frialdades, alimentar y acrecentar nuestro amor a Ti, y conservar siempre viva en nuestros corazones la semilla de la bienaventurada inmortalidad. Así sea.
LA FE DE PEDRO PUESTA A PRUEBA
Lc 22, 54-65
- 1.Texto
54Después de arrestarlo, se fueron y entraron en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía de lejos. 55Habían encendido fuego en medio del patio, y Pedro se sentó entre los que estaban alrededor de la lumbre. 56Una criada lo vio sentado junto al fuego, lo miró con atención y le dijo:
- También éste andaba con él.
57Pedro lo negó diciendo.
- No lo conozco, mujer.
58Poco después otro, al verlo, dijo:
- Tú también eres uno de ellos.
Pedro dijo:
- No lo soy.
59Transcurrió como una hora, y otro afirmó rotundamente:
- Es verdad, éste andaba con él, pues es galileo.
60Entonces Pedro dijo:
- No sé de qué me hablas.
E inmediatamente, mientras estaba hablando, cantó un gallo. 61Entonces el Señor dirigiéndose hacia Pedro, lo miró. Pedro recordó que el Señor le había dicho: «Hoy mismo, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces»; 62y saliendo fuera, lloró amargamente.
63Los que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban. 64Le habían tapado los ojos y le preguntaban.
- ¡Adivina quién te ha pegado!
65Y le decían otros muchos insultos.
- 2.Meditació
Era la hora del poder de las tinieblas (v. 53) y Judas ya había ido, con toda la comitiva del templo, hasta el huerto de los olivos para apresar a Jesús (vv. 47ss). Ahí, a cambió de un beso y treinta monedas de plata, el evangelista nos narró cómo un discípulo de Jesús puede ser capaz de la traición. Ahora, cuando Jesús yace ya en la casa del sumo sacerdote, Lucas nos describe el otro tipo de traición que sufre el Maestro: la negación de su discípulo más cercano.
El escritor sagrado no nos dice quién era el sumo sacerdote de entonces, aunque sabemos –por San Juan (Cfr. 18)- que era Caifás. Jesús debió haber llegado a su palacio encadenado, como un malhechor; y la escena que ahora meditamos sugiere que él debió estar unos momentos en el patio, de forma que alcance a mirar a Pedro, antes de ser enjuiciado.
De entre los Doce, Pedro es el único discípulo de quien se hace referencia que siguió a Jesús recién apresado (v. 54), pero muy pronto se desvanece su aparente valentía y fidelidad. Posiblemente el miedo y la inseguridad ya lo habían seducido, por eso ‘lo seguía de lejos’ y en los escasos ocho versículos siguientes San Lucas nos narrará cómo terminará este seguimiento:
Ahí está Pedro calentándose junto al fuego en medio del patio. Él, siendo un galileo, un pescador desacostumbrado al ambiente del palacio del sumo sacerdote, decidió sentarse junto a los que estaban en torno a la lumbre. ¿Quiénes eran ellos? Criados, personal del servicio, guardias y -hasta nos podemos imaginar- uno que otro curioso que se había percatado de la captura de Jesús. Era claro que Pedro no iba a parecerles familiar en aquél lugar. Él se expone, queriendo estar cerca de su ‘Señor’.
Entonces su presencia suscita la curiosidad de aquella criada y hace que ésta lo mire con atención. ¿Qué pudo haber visto en Pedro? ¿Su atuendo? ¿Sus rasgos físicos? ¿No habrá sido que lo vio nervioso, ansioso, como preocupado, o pensativo? ¿Será que aquellos hombres estaban hablando del caso Jesús y Pedro se manifestaba incómodo? ¿Acaso la mujer ya había visto a Pedro andando junto al Nazareno? El texto no lo dice expresamente, sólo señala que lo que ha visto esa mujer es suficiente para concluir ‘este también andaba con él’ (v. 56). ¿’También él’? ¿Quiénes eran los demás? ¿Es acaso que los ahí presentes ubicaban ya a los seguidores más cercanos de Jesús?
Lo que más desconcierta no es la pregunta de la criada ni sus actitudes hacia Pedro, sino la respuesta de éste: no lo conozco, mujer (v. 57). ¿Qué ha traído entonces a un galileo extraño al patio del palacio, si no es el recién apresado? Parece que Pedro va firmando su propia acusación.
San Lucas nos describe cómo, en dos ocasiones más, quisieron identificar a Pedro con los seguidores de Jesús. ‘Otro’ le dijo explícitamente que ‘él era uno de ellos’ y, una hora después, ‘otro’ descubre su procedencia de Galilea. Pedro les respondió a los tres, aunque sólo el segundo le había hablado a él directamente. Lo curioso es que el evangelista va haciendo una disminución en el énfasis con que Pedro niega a Jesús: ‘no lo conozco’-dice a la primera mujer; ‘no lo soy’- dice al segundo; y ‘no sé de qué me hablas’ -dice al último; es como si, poco a poco, Pedro fuera dándose cuenta de lo que estaba haciendo.
Mas ¿Qué llevó a Pedro, el gran testigo de la resurrección de la hija de Jairo y de la Transfiguración, a negar a aquél hombre que le había cambiado la existencia, a aquél que había visto actuar con autoridad y milagrosamente? Sólo alcanzamos a imaginar la respuesta: el miedo a ser procesado, la incertidumbre respecto a lo que pasaba con ‘aquél que creía era el Mesías’ y que no concordaba con sus aspiraciones. En el patio, Pedro ya no era aquél hombre que había dicho a Jesús que estaba dispuesto a ir con él a la muerte (22,33). Desde luego, Pedro estaba pasando por la noche de la fe: su fe, su confianza y su fidelidad estaban siendo probadas. Lamentablemente, y como a muchos cristianos de la primera generación, le venció la debilidad.
Es el canto del gallo (v. 60) lo que, finalmente, hace que Pedro caiga en la cuenta de lo que había hecho. Lucas recuerda que, en la cena, Jesús ya se lo había anunciado al discípulo: hoy mismo, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces (22,34). Con esta nota, el evangelista está aclarando a sus lectores que todo, absolutamente todo lo que sucedió entonces, formaba parte del plan de Dios que se estaba cumpliendo.
Pero hay un detalle de esta escena que sólo lo ha escrito San Lucas. Cuando estaba cantando el gallo, las miradas de Jesús y Pedro se encontraron; o, mejor dicho, el Señor miró a Pedro. ¡Qué habrá sentido Pedro en aquella mirada! Sin duda, no era una mirada de reproche o condenación. No caben estas actitudes en este Evangelio que ha presentado a Jesús rico en misericordia.
Dese luego, la mirada de Jesús siguió siendo una mirada de amor, de comprensión, de perdón, de dolor y quizá de nostalgia o tristeza. Pese a esto, su mirada es un aviso al corazón y a la conciencia del discípulo, porque seguramente en la mirada de Jesús descubrió muchísimo más de lo que descubrió con el canto del gallo. La mirada de Jesús hace que Pedro se mire tal cual es: débil, pecador, frágil y necesitado; y no el Pedro reacio y temerario de los pasajes anteriores. La mirada también le descubre a Pedro quién es Jesús, porque puede leer en sus ojos que niega al ‘Señor’ como se nombra a Jesús en el v. 61. Esta mirada es pues efectiva, al grado que Pedro necesita salir corriendo para que aquellos hombres no le vean llorar tan amargamente como lo hizo. La amargura es precisamente por la constatación de su pequeñez y debilidad, en comparación con la grandeza del hombre que negó.
Lucas no nos cuenta más. Pedro volverá en escena hasta el domingo, cuando correrá al sepulcro a verificar lo que contaron las mujeres aquella mañana (24,12). Su testimonio ha sido colocado por el evangelista pasajes antes del lugar donde lo consignan los demás evangelios, invitándonos a leer la pasión del Señor desde la perspectiva del ‘arrepentido´.
En efecto, los versículos que siguen (vv. 63-65) nos narran las vejaciones con las que era maltratado Jesús antes de ser enjuiciado: burlas, golpes, ironías e insultos. Jesús parece ahí un juguete a merced del gusto de los custodios y no una persona que merece buen trato, haya hecho lo que haya hecho. Qué diferentes se leen estos sucesos cuando cada uno de nosotros se identifica con Pedro.
Sin duda, Lucas quiere invitar a sus contemporáneos a no dejar a Jesús en los momentos difíciles. A nosotros nos viene bien su invitación. ¿O acaso no hemos sido ‘pedro’ alguna vez en nuestra vida? Basta con que nuestra fe sea probada para constatar nuestra debilidad.
De nada vale hacernos los fuertes, como el primer Pedro, y argumentar que somos seguidores radicales de Jesús. Ojalá lo fuéramos. Pero, apenas experimentamos una dificultad en la vida (una enfermedad, un mal negocio, un problema familiar, la traición de quien amamos…) y rápidamente constatamos que somos débiles, quebradizos; que nuestra fe necesita ser reforzada y nuestra esperanza alimentada; que es muy fácil dejar la vida de gracia, que es la vida de oración y de amor, para seguir caminos fáciles – como la superstición, el alcohol y toda clase de vicios, las sectas, la división familiar- que sólo empeoran nuestra situación.
¡Cuántas veces hemos negado al Señor! Quizás explícitamente, cuando nos apena decir que somos cristianos o cuando ocultamos nuestros principios y creencias por miedo al qué dirán; cuando, para no parecer atrasados y tradicionalistas, apoyamos un sin número de actitudes, pensamientos y acciones que no corresponden con nuestra fe, sin ser capaces de defenderla.
Seguramente, han sido más las ocasiones en que hemos negado al Señor con nuestra propia conducta. Si: no corresponder con nuestra vida al amor de Dios es negarlo; vivir en pecado es negarlo; preferir la actitud cobarde de ‘dejar las cosas como están’ sin esforzarse para que nuestra persona, nuestra familia o barrio sea mejor, es negarlo; aceptar por conveniencia de dinero, poder o placer una profesión, un puesto, un negocio… también es negarlo; en fin… son más las oportunidades que el mundo nos ofrece para negar al Maestro, y muchas las tentaciones que nos invitan a dejar nuestra vida cristiana.
Como Pedro, dejemos hoy que el Señor nos mire y descubra todo lo que hay en nuestro corazón. Confiemos. Él no nos condenará, ni siquiera nos reprochará. Como a todos los pecadores arrepentidos del Evangelio, el Señor nos mostrará su perdón y su misericordia para con nosotros. Basta con que nos arrepintamos, que le confesemos nuestras culpas y, con lágrimas o sin ellas, mostremos en nuestra vida que deseamos cambiar.
¿Eres consciente de tu debilidad? ¿Estás dispuesto a no negar más al Señor? ¿Qué signo de conversión puedes hacer hoy?
- 3.Oración
Recemos el Salmo 50, que tradicionalmente ha utilizado la Iglesia como una oración penitencial. Al rezarla, pidamos perdón al Señor por las veces que, como Pedro, le hemos fallado.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad:
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores se volverán a ti.
Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado, Tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.
EN EL TEMPLO CELEBRAMOS Y EXPRESAMOS LA FE EN EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR
(Lc 19, 45-48)
Texto
Jesús entró en el templo y comenzó a expulsar a los vendedores, diciéndoles: Está escrito: Mi casa será casa de oración; pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones.Jesús enseñaba todos los días en el templo. Los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los principales del pueblo buscaban matarlo. Pero no encontraban el modo de hacerlo, porque el pueblo entero estaba escuchándolo, pendiente de su palabra.
Meditación
En esta perícopa, aunque breve, sin embargo el contenido teológico es profundo y nos puede dar mucho en qué meditar.
Primer aspecto: El templo de Jerusalén se ha convertido en un mercado, donde se negocian las víctimas para los sacrificios, donde se tiene que pagar con una moneda especial, pues el dinero del imperio romano es impuro, en teste caso es la moneda del templo, el shekel de tiro[2]. Las grandes caravanas que peregrinaban año con año al templo de Jerusalén para las fiestas de Pascua, preferían comprar sus víctimas para el sacrifico en Jerusalén por temor a que se les perdieran, murieran o se las robaran en el camino. Los comerciantes se aprovechaban de esta situación para enriquecerse, explotando a los demás, de allí que Jesús le llame cueva de ladrones, pues ve toda la injusticia y lucro que gira en torno al culto, lo cual sin duda no agrada a su Padre[3].
Segundo aspecto: Jesús reacciona ante la injusticia y comete un acto muy arriesgado, expulsar a los vendedores, que en Mc 11, 15-19 y Mt 21, 12-13 describen más pintorescamente este hecho, donde Jesús volca las mesas de los cambistas y de los vendedores de palomas. Esto lo realiza devorado por el celo de Dios y aprovecha para dar una enseñanza a la comunidad de discípulos que le siguen.
Tercer aspecto: Mi casa es cada de oración. Es el aspecto y la enseñanza central de este acto de Jesús. El templo de Jerusalén es el lugar donde habita Dios, es lugar de encuentro, es lugar de recogimiento y de adoración, es una oportunidad para estar de cerca, el Creador y la creatura, pero el lugar está corrompido, no es visto de esta manera para muchas personas, sino una oportunidad para hacerse ricos, es un mercado, no es un lugar de silencio y recogimiento. Esto es algo que los sacerdotes no han puesto atención, han descuidado su deber de cuidar el lugar santo, al igual que las personas que asisten a él. Jesús no puede tolerar esta situación y actúa como quien tiene la autoridad y el poder de hacerlo y no duda, pero con el único propósito de dar una enseñanza fundamental.
Cuarto aspecto: Estas acciones de Jesús provocan en su perseguidores cada vez más ira, mar odio, pues afecta sus intereses, no se dejan tocar y buscan la manera de matarlo (versículos 47-48) o de deshacerse de él como lo veremos en los capítulos siguientes, le tienden trampas. Mc 11, 18 nos dice al respecto: “Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús, porque le tenían miedo, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza”. ¿Qué no fue esta actitud de miedo la que tuvo el siervo perezoso del que nos habla Lucas en el versículo 20, o la actitud de los conciudadanos que no quieren al hombre noble como rey y conspiran contra él (Lc 19, 14)? Toda la muchedumbre reconoce en Jesús la presencia de Dios, excepto los que se dicen estar más cercas de él, excepto sus ministros, la gente está pendiente de su Palabra, que sin duda es una palabra que renueva, que causa una guerra en el interior, pero que sana, que libera, que conforta, que trae paz, habla como quien tiene autoridad y sus palabras no son sólo de él, es su Padre quien habla en él, es su Padre que se muestra en él. Jesús es viva imagen de Dios, trasmite en el templo su experiencia de encuentro.
¿Este pasaje cómo nos confronta hoy? ¿Nuestros templos, nuestras parroquias, nuestros cuerpos, los conservamos y cuidamos como casas de oración, como casa donde habita Dios, o las hemos convertido en mercados?
De Jesús en adelante el templo material no será más el único lugar de encuentro, lo será también el interior, el corazón de cada persona, nuevo templo de Dios, lugar en el que quiere habitar, que no nos pase como en el templo de Jerusalén que lo llenemos de casas que no son Dios o que hagamos de lo que no es Dios nuestro dios. Dios se merece un lugar tranquilo, no turbio, la voz de Dios es el silencio, sólo en la disposición interior podrá llevarse a cabo este encuentro en el que Dios sale al encuentro del hombre y este abre las puertas de su corazón para que entre Dios. Nuestro interior es el nuevo templo de oración.
No olvidemos también que Dios ha querido quedarse sacramentalmente en la Eucaristía en el sagrario, allí también podemos encontrarnos con él. Nuestra persona también puede ser un sagrario para Dios si dejamos que actúe su Gracia, si lo recibimos sacramentalmente, si escuchamos su Palabra. Con tristeza constatamos que en nuestra situación de hoy, hay muchos templos vacíos, templos donde ya no está Dios o si está, se encuentra sólo. Corazones convertidos en mercado, donde hay de todo, menos Dios. Jesús nos invita a deshacernos de todo aquello que nos impide este encuentro y si le dejamos, el mismo nos ayuda expulsando de nuestro templo a los vendedores, a lo que nos estorba.
Oración
Oh mi Señor, tú eres bueno y paciente, lento a la ira y misericordioso: hoy te pido que me infundas tu Espíritu, para que yo pueda tener un corazón semejante al tuyo y aprenda a obrar y a orar según el ejemplo que nos has dado en tu Hijo, Jesús.
No permitas que mi corazón se convierta en una cueva de ladrones, sino que sea un lugar donde mores, donde pueda entrar en contacto contigo en la intimidad del silencio. Que no anide en el la pereza, la indiferencia y el pecado. Enséñame a respetar mi cuerpo como templo vivo tuyo, que la sensualidad, el egoísmo, la pereza, la lujuria, no dominen mis acciones. Señor que sepa descubrirte en el hermano como templo vivo en el que moras, que tenga respeto por los lugares sagrados y que nunca me olvide también de visitarte al tabernáculo del sagrario, donde moras sacramentalmente. Permíteme recibirte todos los días de mi vida, sino se puede sacramentalmente, al menos espiritualmente y que tu Espíritu me fortalezca y alimente. Te lo pido por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
LOS PAGANOS CREEN EN JESÚS
(Lc 7,1-10)
Texto:
Cuando Jesús terminó de hablar al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un oficial romano, que tenía un criado a quien quería mucho, y que estaba muy enfermo, a punto de morir. Oyó hablar de Jesús, y le envió unos ancianos judíos para rogarle que viniera a sanar a su criado. Los enviados, acercándose a Jesús, le suplicaban con insistencia:
-Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo y ha sido quien nos ha edificado la sinagoga.
Jesús los acompañó. Estaban ya cerca de la casa cuando el oficial romano envió unos amigos para que le dijeran:
-Señor, no te molestes. Yo no soy digno de que entres en mi casa, por eso no me he atrevido a presentarme personalmente a ti; pero basta una palabra tuya, para que mi criado quede sano. Porque yo, que no soy más que un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y si digo a uno de ellos: «Ve», él va; y a otro: «Ven», él viene; y a mi criado: «Haz esto», él lo hace.
Al oír esto Jesús, quedó admirado y, dirigiéndose a la gente que lo seguía, dijo:
-Les aseguro que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.
Y cuando regresaron a casa, los enviados encontraron sano al criado.
Meditación:
En los capítulos anteriores Lucas presenta a Jesús sanando y predicando en Galilea, cumpliendo la misión para la cual vino a este mundo, como nos lo había dicho al inicio del ministerio de Jesús: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor (4,18-19). Esto es precisamente lo que acaba de hacer Jesús, anunciar la buena nueva y realizar muchas curaciones a favor de los pobres. Detrás de Jesús lo sigue mucha gente. La misión de Jesús no se reduce a sólo los judíos, sino que se abre a las naciones, a los paganos, es por eso que Lucas lo presenta entrando en Cafarnaún y, precisamente, se encontrará con un oficial romano, que no era “de los elegidos”, según la mentalidad de los judíos.
El oficial romano desde el inicio es presentado como alguien que busca a Jesús, que tiene indicios de querer seguirlo, de conocerlo, pues lo demuestran sus actitudes y sentimientos: gran cariño por su criado preocupación por su salud y su salvación, además, les construyó al pueblo una sinagoga. Hay, pues, un inicio de la fe, una disposición por ser de los seguidores de Jesús.
El oficial no ha conocido personalmente a Jesús, sino que sólo ha oído hablar de él, de sus obras, milagros y de su mensaje, sin embargo, confía en que tiene poder para devolver la salud a su siervo. En Mateo es el mismo oficial quien aborda a Jesús y le hace la petición, para Lucas, es necesario acudir a los encargados de la comunidad, a los ancianos judíos para que intercedan ante Jesús. Los enviados, además de hacer la petición, aclaran o abonan a ella el que quien la solicita es digno, pues ama al pueblo y les ha hecho el bien construyéndoles una sinagoga. Es interesante notar que estos ancianos judíos ponen su atención en el bien externo que ha hecho el oficial, en cambio Jesús verá al interior, le concederá lo que pide, pero no por el bien que ha hecho al pueblo, sino por su grande fe.
Jesús los acompaña. Para Lucas es importante la presencia de Jesús en la comunidad y hecho de que constantemente está de camino. La comunidad a la que está dirigido el evangelio es una comunidad con una conciencia clara y fuerte de la presencia y compañía de Jesús que ha resucitado, que va al encuentro del enfermo, del pobre y desamparado.
Cuando estaban cerca de la casa, el oficial envía a unos amigos. Ya no se vale de personas del pueblo judío, sino de sus amigos, de su confianza. Tiene gran confianza en Jesús y su poder sanador y salvador, pero no se siente digno de recibirlo, de que tan grande profeta entre en su casa. Desde aquí se muestra la clara conciencia de su situación de pecador, el reconocerse indigno, sabe que no pertenece al pueblo de la elección, pero quiere hacerse partícipe de la gracia de la salvación que trae Jesús, que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. No se siente digno de encontrarse personalmente con Jesús, sin embargo ya está siendo motivo de que otros se encuentren con él.
Al mandar decir: “No te molestes, basta con que digas una palabra y mi siervo quedará sano”, muestra también el evangelista que la comunidad sabe del poder sanador de la Palabra, sabe que la Palabra de Jesús implica su misma presencia. Esto indica la conciencia y la gran dignidad que se tenía en las celebraciones litúrgicas respecto a la proclamación de la Palabra: es Jesús mismo que se hace presente y que su mensaje es capaz de transformar a las personas, de sanar las enfermedades, de expulsar a los demonios, etc.
El oficial expresa maravillosamente hasta dónde llega su fe en Jesús. Consciente, como ya dijimos de su indignidad y su pecado, de que su palabra es capaz de ser ejecutada sin más, por el oficio que tiene, ¿cuánta mayor poder no tendrá la Palabra del Señor de ser eficaz al momento de mandar algo? Este ejemplo de fe y confianza dejará admirados no sólo a las personas del pueblo, sino al mismo Jesús, que alaba tan grande confianza. La comunidad a la que escribe Lucas está compuesta por gente venida del judaísmo, pero que ha aceptado en su seno a los romanos y a los helenistas. El hecho de que sea el oficial romano quien de esta confesión de fe, manifiesta que han sido los paganos los que han estado más disponibles para recibir el mensaje y la persona de Jesús, en cambio los judíos han cerrado más su corazón a este mensaje negándose ellos mismo la participación en la misma vida de Jesús.
“Les aseguro que ni en Israel he encontrado una fe tan grande”. Lo que dijimos antes queda ratificado por estas palabras de Jesús. Los pecadores y las prostitutas se han adelantado en el reino de los cielos; vendrán pueblos de todo el orbe y se sentarán para juzgar a las doce tribus de Israel… Han sido los judíos los más duros de corazón para aceptar a Jesús, porque no cabe en sus esquemas el que conviva con publicanos y pecadores, porque acoge a los impuros.
La nueva comunidad de Jesús ya no será precisamente la que proviene de la antigua promesa, la de los “elegidos” de Israel, sino que estará integrada por todos aquellos que acojan el mensaje y vivan según las enseñanzas del Maestro. La Iglesia que funda Jesús no se basará en construir sinagogas y ser de los que están al frente de los servicios litúrgicos solamente, sino de quienes, reconociendo su pecado e indignidad y al mismo tiempo la grandeza y el poder de Jesús lo acogen en su vida. Esta será la verdadera fe que mantendrá unida a la nueva comunidad cristiana.
En la actualidad nos encontramos con muchas personas despreciadas, olvidadas, alejadas de la Iglesia, que no han encontrado su lugar en la comunidad, pero que sin embargo viven esperando la salud y la salvación que viene de Dios. Este pasaje nos invita a cuestionarnos, entre otras cosas, sobre qué importancia estamos dando a la Palabra de Dios en nuestras celebraciones litúrgicas, en la oración y en la vida diaria. Hace falta retomar la pastoral litúrgica para hacer cada vez más manifiesta la eficacia de la Palabra divina ante el dolor y la enfermedad que nos rodea.
Sucede en muchas ocasiones que, los que nos decimos más cerca de las cosas de Dios, somos los más alejados, o al menos impedimos a quienes con un corazón sincero buscan encontrar paz y consuelo en Dios. Tal vez con tantos requisitos, horarios, estructuras que existen en la organización de la Iglesia (que, por cierto, ayudan mucho), en ocasiones bloqueamos ese encuentro con Cristo a los que lo buscan con sincero corazón.
De la misma manera, hay muchas personas con cargos u oficios importantes en la sociedad y, dándose cuenta de que el dinero y el poder terrenal no lo son todo, cada vez son más los que se acercan a Jesús buscando salud y consuelo. Hay que acudir con aquellos que Dios ha puesto como responsables de la comunidad, pero sabiendo que sólo Jesús es quien puede ofrecer la salvación.
Gran testimonio de fe que nos deja este pasaje del oficial romano, como lo han dejado en nuestra región tantos y tantos mártires que se han olvidado de sí y han ofrecido su vida como testimonio de su radical entrega a Cristo.
Oración:
Señor Jesucristo, que te has hecho hombre para ofrecer la salvación no sólo a unos cuantos, sino a todas las naciones, te pedimos que nos alientes con tu Espíritu y que tu Palabra sane todas nuestras enfermedades corporales y espirituales para que, fortalecidos y llenos de tu gracia podamos dar testimonio de tu nombre ante el mundo que nos rodea. Tú, que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.
LA FE DE LA MUJER PECADORA
(Lc 7,36-50)
Texto:
Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró, pues, Jesús en casa del fariseo y se sentó a la mesa. En esto, una mujer, pecadora pública, al saber que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume, se colocó a los pies de Jesús, y llorando comenzó a humedecer con sus lágrimas los pies de Jesús y a enjugárselos con los cabellos de la cabeza, mientras se los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto el fariseo que lo había invitado, pensó: «Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues en realidad es una pecadora». Entonces Jesús tomó la palabra y dijo:
-Simón, tengo que decirte algo.
Él contestó:
-Di, Maestro.
Jesús continuó.
-Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía diez veces más que el otro. Pero como no tenían para pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Quién de ellos lo amará más?
Simón respondió:
-Supongo que aquél a quien le perdonó más.
Jesús le dijo:
-Así es.
Y dirigiéndose a la mujer, dijo a Simón:
-¿Ves a esta mujer? Cando entré en tu casa no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha humedecido mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso de paz, per ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No me has ungido con perfume. Te aseguro que se ella da tales muestras de amor es que le han sido perdonados sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdona poco, mostrará poco amor.
Entonces dijo a la mujer:
-Tus pecados quedan perdonados.
Los invitados se pusieron a pensar: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer:
-Tu fe te ha salvado; vete en paz.
Meditación:
Un fariseo invitó a Jesús a comer. Cuando compartimos la mesa, no sólo lo hacemos para alimentarnos, sino que es signo de compartir la misma vida, de compartir la alegría, la amistad, el amor. Sin embargo, en muchos encuentros de Jesús con los fariseos éstos harán pasarse por listos y por bien intencionados para ponerlo a prueba, para ponerle trampas y poder acusarlo. En este caso lo invita a comer, pero no porque quiere compartir la vida y la alegría de su presencia. Jesús no se niega, pues ésta será una gran oportunidad de dejarle una enseñanza a Simón.
Una mujer, pecadora pública, se enteró de que Jesús había entrado a comer y se acercó para ponerse a sus pies. Muestra una actitud de escucha, de arrepentimiento, de querer ser sanada por Jesús.
En cada gesto que la mujer hace con Jesús va reconociendo en él su identidad de Mesías, del esperado; se coloca a sus pies, es decir, lo reconoce como el Maestro, el profeta, el que enseña, como el que trae el mensaje de la salvación para su vida y para el mundo entero; le lavó los pies con sus lágrimas y se los enjugó con sus cabellos, reconociéndolo como el Señor y el Santo, y ella colocándose como su servidora y que necesita ser purificada; lo unge con perfume, viendo en él al rey esperado, el Mesías, el enviado de Dios, el sacerdote; cubre de besos sus pies, la misma actitud humilde del Bautista: no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias.
Mientras ésta mujer con estos gestos reconoce la infinita grandeza de Jesús, el fariseo en su interior lo desacredita: «Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues en realidad es una pecadora». Ciertamente el fariseo sabía qué clase de mujer era la que estaba tocando a Jesús, pues él la conocía muy bien, probablemente hasta habría tenido alguna aventura con ella, pues muy fácilmente ingresó en su casa aquella mujer. Pero, por otra parte, Jesús también conocía a aquella mujer, era una pecadora que buscaba la salvación, precisamente a ese tipo de gente es a los que había venido Jesús a anunciar la salvación y la liberación. Jesús conocía su interior, el arrepentimiento que sentía por su mala vida y la gran confianza y amor que por él sentía.
Jesús toma la palabra para tumbar de sus elucubraciones al fariseo e invitarlo a ver más allá de la mera apariencia, a darse la oportunidad de abrir su corazón a la gracia y la salvación ofrecidas por Dios en Jesucristo. Pero lo hace de una manera muy sutil, que el mismo fariseo pueda entender y reconocer por su propia cuenta en lo que estaba mal.
El perdón de los pecados y la salvación se ofrecerán a quienes abran su corazón y se dejen amar. De la misma manera, aquellos que sean capaces de experimentar en su vida el gozo de la salvación y liberación del pecado, estarán en la posibilidad de mostrar más amor a Dios que los perdona. En eso consistirá de ahora en adelante el reino, en amar a Dios y perdonarse mutuamente.
Ya desde la primera comunidad se suscitaron cuestiones sobre el trato y las exigencias que se debían tener o pedir aquellos paganos que acogían la fe, con esto, la enseñanza de Lucas es clara: el reino de Dios no consistirá sólo en pertenecer al pueblo de la alianza y pretender cumplir al pie de la letra la ley, sino en amarse los unos a los otros y permanecer unidos en un mismo espíritu, más que hacer distinción de clases, de razas o lenguas, es el amor y el perdón mutuo lo que debe caracterizar a los seguidores de Cristo.
En la actualidad ¿se podrá decir de nosotros: ¡Mírenlos, cómo se aman!? ¿En realidad seremos comunidades capaces de perdonarnos nuestros errores y faltas? En muchas ocasiones los que nos decimos más allegados a las cosas de Dios podemos caer en la tentación de considerar menos o despreciable a quien ha llevado una vida disoluta, y ¡cuántas veces no juzgamos en nuestro interior al hermano!
Mientras más practiquemos el perdón mutuo, mayor amor tendremos entre nosotros.
Oración:
Jesús, sé que he actuado mal,sé que no he hecho lo que tú esperas de mí,
sé que con mi forma de actuar me he alejado del camino de tu amor.
Me sabe mal haber actuado así porque tú me amas, y tu camino es el camino de la felicidad.
Jesús, te pido perdón, y te pido tu fuerza para vivir como tú viviste.
AMEN
LA FE EN CRISIS
(Lc 8,22-25)
Texto:
Uno de aquellos días subió Jesús con sus discípulos a una barca y les dijo:
-Pasemos a la otra orilla del lago.
Y comenzaron la travesía. Mientras navegaban, Jesús se durmió. Entonces una tempestad se desató sobre el lago, y la barca empezó a hundirse, con el consiguiente peligro de naufragio. Los discípulos se le acercaron y lo despertaron, diciendo:
-¡Maestro, maestro, nos hundimos!
Jesús se levantó y ordenó calmarse al viento y al oleaje; éstos amainaron y el lago quedó en calma. Entonces dijo a sus discípulos:
-¿Dónde está su fe?
Y llenos de miedo y asombro se decían unos a otros:
-¿Quién es éste que manda incluso a los vientos y al agua, y lo obedecen?
Meditación:
En los versículos introductorios, Lucas no pone más detalles, simplemente nos presenta a Jesús que sube a la barca y desea ir a la otra orilla del lago. Y comenzaron la travesía; una vez más Jesús está de camino, y con él están sus discípulos.
Luego de una jornada de trabajo, y abatido por el cansancio, Jesús se queda dormido en la barca. En eso, se desató una fuerte tempestad en el mar que puso a la barca en peligro de hundirse. Pero para Jesús parecía que todo estaba en orden, pues seguía dormido tranquilamente.
Mientras tanto, los discípulos están angustiados, espantados, por lo que claman la ayuda de Jesús: “!Maestro, Maestro, nos hundimos!”. En esta expresión de Lucas a diferencia de Marcos, en que los discípulos despiertan a Jesús como reprochándole, aquí tal reproche se convierte en una oración suplicante ante la angustia que les oprime.
Es curioso que, al despertarse, la reacción primera de Jesús no se dirige a los discípulos sino a la naturaleza, al viento y a las olas, ordenándole la calma; en tal orden no hay vacilación, no hay lugar a la duda o al temor, pues Jesús sabe bien que la tempestad, al punto, obedecerá sin más. Este acontecimiento es central en la perícopa pues manifiesta la conciencia que la primera comunidad tiene del poder de Jesús, el cual, una vez resucitado de entre los muertos y siendo de la misma naturaleza de Dios Padre, puede dominar sobre el mar y el viento. La comunidad a la que Lucas se dirige comienza a tener muchas las contrariedades y a sentir el desánimo, sin embargo, dicha convicción sobre el poder de Jesús está muy arraigada entre ellos y ven estos acontecimientos desde la fe y los actualiza para darle sentido a su vida de creyentes que teme no poder resistir por su propia cuenta. Para que no nos quedemos en el temor o la angustia ante la realidad, es necesario despertar a Jesús entre nosotros, suplicarle que nos ayude para no hundirnos ante los problemas y dificultades de esta vida.
Y continuando con el relato, una vez que ha amainado la tempestad y viene la calma, ahora que ya no hay peligro de hundirse y morir, Jesús se dirige a sus discípulos para hacerles una “reprimenda”: “¿Dónde está su fe?”. En este momento queda a un lado el prodigio de Jesús al calmar a la tempestad para pasar a un punto central, una interpelación para la vida misma de los discípulos. Y ante esto, podríamos pensar que Jesús se hizo el dormido, o se durmió de verdad, pero esperando más fe de parte de sus discípulos, cosa que no sucede como tal vez esperaba. ¿Qué nos puede decir a nosotros esta pregunta? Ante las dificultades, la violencia y la crisis que está viviendo nuestra sociedad, que parece que nos hundimos en un abismo de sin sentido, bien Jesús podría preguntarnos ¿Dónde está su fe? ¿En realidad tenemos la suficiente fe para confiar en que Jesús puede actuar y liberarnos de todas estas situaciones?
Ante tal acontecimiento, dice el texto que los discípulos se llenaron de miedo, de asombro, más que de confianza porque había pasado el peligro. Pero hizo que se despertara en ellos la curiosidad ante un misterio tan hondo: la persona de Jesús y su poder sobre la naturaleza. Sin embargo, la pregunta que Jesús les hizo, parece no tener contestación por parte de los discípulos, cosa que nos invita a pensar en que Jesús es muy paciente con ellos y no les reclama propiamente, sino más bien los invita a esa fe y confianza total y absoluta en el poder divino, aún en medio de las adversidades. Esta pregunta llevará a los discípulos a hacerse otro interrogante, como ya dijimos, sobre el misterio que encierra la persona de Jesús, cuál es su identidad, que enseguida responderán por boca de Pedro cuando hace esta confesión de fe: “Tú eres el Mesías de Dios” (9,20). Sin duda esta misma conciencia se tenía muy clara en la comunidad de Lucas.
Hoy en la actualidad la Iglesia camina en medio de un mundo que presenta grandes retos y problemas, donde las persecuciones contra ella no son tanto de sangre y violencia física, sino morales e ideológicas. Todo esto nos puede llevar al desánimo, a perder la confianza en Jesús que parece dormir. Podemos preguntarnos: ¿dónde esta Jesús?, ¿tiene en realidad poder para clamar este tipo de tempestades que ahora nos tienen en peligro? Sin embargo, la invitación y una de las enseñanzas que nos deja este pasaje del evangelio es que, aunque Jesús parece dormido y guardar silencio, debemos confiar en él. Debemos nuevamente, como los discípulos, despertar a ese Jesús que hemos dejado dormir, porque quienes nos observan desde fuera en muchas ocasiones se llevan la impresión de que Jesús ya no camina con nosotros los cristianos. Es por eso que vuelve a cuestionar: ¿qué tanto confiamos en él ante las dificultades? ¿Tomamos conciencia de que va con nosotros y estamos en sus manos, o pensamos que quienes hacen la violencia y nos dominan con el poder económico y político son más poderosos que Jesús?
De la misma manera, podemos preguntarnos seriamente: ¿quién es Jesús para mí?, ¿puedo hacer la misma afirmación que Pedro? Pues de la capacidad de responder a estas preguntas dependerá en gran medida el tipo de cristianismo que queramos vivir o que estamos viviendo.
Oración:
"Te rogamos humildemente Señor, que te dignes a aumentar nuestra Fe. Que pase lo que pase, nunca caiga sino que aumente en tanto en cuanto permanezcamos fieles a Ti Señor. Por todos los sufrimientos que padeciste en tu cruz. Señor y Dios Nuestro. Amén”
FE EN JESÚS MISERICORDIOSO
Mc 1, 40-45
Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: -Si quieres, puedes limpiarme. Jesús, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: -Quiero, queda limpio. Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. Entonces lo despidió, advirtiéndole seriamente: No se lo digas a nadie, vete, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les conste que has quedado sano. Él, sin embargo, tan pronto como se fue, comenzó a divulgar entusiasmado lo ocurrido, de modo que Jesús no podía entrar ya abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares despoblados, y aún así seguían acudiendo a él, de todas partes.
MEDITACIÓN
El Evangelio de Marcos nos presenta un milagro realizado por Jesús, en el cual no es él quien toma la iniciativa de sanarlo, sino que es el enfermo quien de rodillas le suplica lo limpie. El enfermo sufre de lepra. En la época de Jesús, los leprosos estaban apartados de la sociedad y tenían que vivir lejos de la comunidad en un lugar especial, no sólo por la enfermedad de por sí contagiosa sino, sobre todo, por ser considerada una enfermedad que manifestaba el interior lleno de pecado de la persona. Si el cuerpo se encuentra llagado, podrido, el interior está igual por causa de los pecados cometidos. A pesar de esta condicionante social, el leproso se atreve a acercarse a Jesús.
Jesús nos va a enseñar cual ha de ser en adelante la misión de la Iglesia: la prestación de atención especial a los marginados y a los enfermos. La Iglesia, por medio de la voz de los Papas, sobre todo en los últimos dos siglos, ha salido en defensa de las clases marginadas, cumpliendo así con el legado de Cristo. La Doctrina Social de la Iglesia, escrita a la luz misma del Evangelio de Cristo, ha luchado por el bien del hombre y contra la injusticia que contra él se cometía, alcanzando logros y avances en lo material y social.
Fijemos nuestra atención en la actuación del leproso. Él se pone a los pies de Jesús en actitud de profunda oración: “Puesto de rodillas”. El Evangelio dice que en esa actitud “le suplicaba”. Habríamos esperado una oración más o menos como ésta: “Señor, límpiame de la lepra”. Pero en esta oración él habría expresado su propia voluntad. Su oración es mucho más perfecta; él prefiere que se haga la voluntad de Jesús, seguro de que eso es lo mejor para él. Por eso su oración es esta otra: “Señor, si tú lo quieres, puedes limpiarme”.No exige nada sino que deja a Jesús libre de hacer su voluntad: “Si quieres”. Es como si orara ya en la forma que Jesús nos enseñará a hacerlo: “Hágase tu voluntad”.
El leproso no hace prevalecer su voluntad. Quiere que se haga la voluntad de Jesús. Pero en una cosa es firme y claro: “Tú puedes limpiarme”. Tiene fe en el poder de Jesús. Quiera o no quiera limpiarlo, el leproso de todas maneras cree en Jesús. La fe es la que conmueve a Jesús. No puede dejar de actuar a favor de quien cree tanto: “Extendió su mano, le tocó y le dijo: Quiero; queda limpio. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio”.
Jesús se compadece de aquél hombre, lo toca y aceptando su deseo de querer sanarlo, lo sana. El signo de tocarlo y dar la orden de quedar curado nos manifiesta el poder de Jesús, al grado de que al instante la lepra desapareció quedando completamente limpio. Estos signos que Jesús utiliza para sanarlo están enmarcados por una profunda compasión; Jesús al tocar al leproso le comunica “algo”: una vida nueva, liberado del pecado.
Después de llevada a cabo la curación Jesús ordena a aquel hombre no se lo dijera a nadie sino simplemente cumplir con el precepto de presentarse al sacerdote para que quedara verificada su limpieza y así poder insertarse nuevamente en la comunidad.
Esta orden que da Jesús parece resultar obvia sabiendo de ante mano las reglas que existen con respecto a estos casos, pero aún con eso, es desconcertante la actitud de Jesús de prohibirle que divulgara el milagro. La razón de prohibirle al hombre que lo divulgara podría estar en la línea del “secreto mesiánico” que los evangelios van llevando, cosa que el hombre recién sanado no hizo.
Jesús con este signo, si bien ha superado con su conducta de misericordia las leyes y costumbres de su tiempo, respeta la ley, pues no ha venido a abolir la ley, sino a llevarla a su plenitud, y por eso ordena al leproso que cumpla con el rito de purificación.
Hemos de descubrir con atención el testimonio del hombre y su algarabía no podía ser otra o de menor intensidad, porque no sólo ha sido sanado, sino que ha vuelto a insertarse en la vida de la comunidad, ha logrado nuevamente que los demás lo acepten. Con este signo Cristo prácticamente lo hace un hombre nuevo, porque lo adentra en la vida cotidiana. Este hecho nos dirá sin duda mucho a los que nos acercamos constantemente como ese leproso a decirle: Si quieres puedes limpiarme. El hombre curado se lanza a dar testimonio de lo acontecido. Su sola presencia ya hablaba del milagro realizado por Jesús y que al comunicarlo a los demás hacía que Jesús fuera cada vez más buscado, lo cual le impedía estar y permanecer en las ciudades.
Muchas veces pensamos erróneamente que a Dios sólo le importa nuestro bien espiritual, a Dios le importa la felicidad del hombre, es decir, el bien espiritual, el bien corporal y el bien temporal. Jesús da la salud al alma y la salud al cuerpo; retorna al que sufre la felicidad íntegra, nunca deja las cosas a medias. Hoy actúa igual. En conclusión, podemos descubrir en la narración a un hombre que sabiéndose necesitado de salud, se acerca desesperado a Jesús para que lo sane, pero más que a sanarlo a que lo ayude a ser aceptado, a ser insertado nuevamente en la comunidad que lo había relegado por su condición de enfermo y por tanto, de pecador. Descubrimos en Jesús a Dios que sana, que cura las heridas de todo nuestro ser y nos vuelve a insertar en la comunidad, es decir, en la comunidad de hijos de Dios.
ORACIÓN
"Oh, Dios mío, este enfermo que se encuentra ante Ti, vino a pedirte por lo que él cree que es lo más importante por lo que desea y considera lo mejor para él. Infunde Oh Dios, en su corazón estas palabras: "La salud del alma es lo más importante". Señor, qué se cumpla en él tu santa voluntad! Si Tú quieres, que se sane, y, si es tu voluntad, que siga llevando su cruz pero dale la gracia de soportarla"
[1] Cfr. Al corazón eucarístico de Jesús, http://www.devocionario.com/eucaristia/frecuentes_1.html#O3 (28 noviembre 2011).