Pastoral Bbiblica
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SEPTIEMBRE MES DE LA BIBLIA
Con la celebración del mes de la Biblia pretendemos, a la luz de la Palabra de Dios, reflexionar en ese Dios Uno y Trino que se ha revelado al hombre como un Padre Bueno y Misericordioso (ver Lectio 2), como el Hijo que se ha encarnado para salvarnos (ver Lectio 3), como el Espíritu que da vida (ver Lectio 4).
El Papa quiere que en este año de gracia nuestra conversión sea más plena, que experimentándonos pecadores salgamos al encuentro de quien ha venido a salvar al pecador (ver Lectio 1) y que nos dejemos transformar por esa mirada llena de misericordia de Jesús que nos hace sus amigos, su familia y convive con nosotros.
También nos exhorta a que anunciemos con gozo el amor de Dios Uno y Trino, primero profesando en nuestra vida una fe profunda y sincera, luego dando testimonio de ella en la comunidad cristiana y por último siendo misioneros en el mundo de hoy con su infinidad de retos que nos plantea (ver Lectio 5).
Pues, que este material sirva para que en los diferentes grupos parroquiales, en retiros espirituales, nos concienticemos de la necesidad de tener en un gran afecto la Palabra de Dios, meditándola y haciéndola oración(por eso presentamos la temática en forma de Lectios), para que Ella sea nuestro alimento en nuestra vida de fe.
P. Luis Felipe de la Torre B. Animación Bíblica de la Pastoral
SEMANA BÍBLICA
Objetivo:
Orar y meditar con la Palabra de Dios para que iluminados por ella profesemos las verdades de fe en un proceso constante de conversión y la hagamos vida en la comunidad eclesial.
1.- LLAMADOS A SER DISCÍPULOS CREYENTES EN CAMINO CONSTANTE DE CONVERSIÓN
Lc. 19, 1-10
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
Ven Espíritu Santo, Espíritu de paz y de unidad, que nos haces hablar una misma lengua, que llevarás a cumplimiento todo lo que Jesús nos prometió. Eres el Espíritu de las promesas hechas desde antiguo por Dios y renovadas por Jesús, el Hijo Primogénito del Padre. Ven Espíritu Santo pues sabemos que habitas en la Iglesia, que hablaste por los profetas, que nos resucitará para una vida sin fin. Ven Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
LECTIO: (Partimos del texto bien leído y entendido)
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.Había en ella un hombre llamado Zaqueo, jefe de los que recaudaban impuestos para Roma y rico, quería conocer a Jesús, pero como era bajo de estatura, no podía verlo a causa del gentío. Corriendo se adelanto y se subió a un árbol para verlo, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y dijo: -Zaqueo baja en seguida, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa. El bajó a toda prisa y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban y decían: -Se ha hospedado en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso de pie ante el Señor y le dijo: -Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más. Jesús le dijo; -Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán. Pues el hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Palabra del Señor.
(Se lee el texto dos veces o más hasta que se comprenda)
Preguntas para reflexionar:
- a.- ¿Quiénes eran los recaudadores de impuestos?
- b.- ¿Por qué se les consideraba pecadores?
- c.- ¿Cuál era el deseo de Zaqueo?
- d.- ¿Qué hizo Zaqueo ante los obstáculos?
- e.- ¿Qué sucedió con Zaqueo después de su encuentro con Jesús?
Encontramos en este pasaje uno de los temas principales en el evangelio de Lucas, que es la conversión y sus exigencias. Jesús se muestra una vez más como el que ha venido a salvar lo que estaba perdido. Zaqueo se encuentra con Jesús y Éste le trasforma por completo. Esta experiencia de conversión es repetida a diario por aquellos que cambian su vida después de encontrarse con Jesús, por eso en Zaqueo se representa no sólo a uno sino a todo nosotros que necesitamos de esa conversión diaria.
MEDITATIO: (Confrontamos nuestra vida con el Evangelio)
Jericó representa simbólicamente el lugar al que Jesús se acerca para salvar al hombre caído por el pecado. La descripción que se hace de Zaqueo expresa claramente el motivo por el que era excluido de la comunidad, pues aquellos que se dedicaba a este oficio de recaudadores, eran tenidos como traidores y pecadores ante el pueblo y ante Dios. Aunque era rico, como dice el texto a él le faltaba algo que el dinero no le podía dar.
Zaqueo tenía curiosidad por conocer a este personaje, él seguramente había escuchado hablar de Jesús, pero al parecer, más allá de esto no mostraba otra intención. Los defectos físicos en la concepción de la cultura judía eran tenidos como castigos provocados por el pecado, en esta expresión del evangelista recalcando su defecto, nos da a entender aquellos que al parecer le impedían conocer a Jesús. Pensemos también con qué actitud nosotros nos acercamos a Jesús.
Zaqueo vence su estatura pequeña y lo hace apoyándose en un árbol, haciendo evidente que ha hecho algo para conocer a Jesús. Actitud que podemos imitar, todos los cristianos, al vencer nuestras propias limitaciones y obstáculos y dejarnos ver por Jesús.
Jesús inmediatamente entra en contacto con Zaqueo, Él se acerca y mira en lo profundo de su corazón, penetra su ser, descubre toda la maldad y todo pecado y se da cuenta de la necesidad que tiene Zaqueo de la salvación. La invitación de Jesús a Zaqueo nos muestra cuán atento es Dios con el hombre, incluso le pide ser recibido en su casa. A Jesús no le importa que el hombre sea pecador pues a eso ha venido.
Zaqueo no duda ni un momento en recibir a Jesús, no pone ningún pretexto, aunque se sabe pecador por ser recaudador de impuestos, contento va y abre las puertas de su casa para recibir la salvación. La mirada llena de amor y de misericordia ha cambiado por completo la vida de Zaqueo. Es que el Señor nunca mira al pecador con desprecio, lo mira con amor y con bondad.
La reacción que provocó la acción de Jesús en aquellos que presenciaban tal hecho es completamente negativa, de tal modo que era descalificado por sentarse a la mesa con esos pecadores. Pues, para los judíos, los que se dedicaban a este negocio mantenían su impureza por traicionar al pueblo y permanecer en este tipo de negocio injusto. Así también a muchos cristianos que nos sentimos buenos nos puede pasar que rechazamos a quien convive y vive en pecado, en lugar de ayudarlo y alegrarse con él cuando se convierte.
La acción que realiza Zaqueo al ponerse de pie ante el Señor expresa el comienzo de su conversión, pues ponerse ante Jesús, es mostrarle su interior, su intimidad, que es su deseo de cambiar de vida, él se da cuenta que lo que está haciendo es injusto, por eso su conversión le lleva a repartir la mitad de sus bienes a los pobres y al que engañó o robó le devolverá, no lo que dice la ley judía de restituir lo robado, sino que sale de lo ordinario y se extiende a dar cuatro veces más. Cuando se recibe la misericordia de Dios y nos trasforma provoca que renunciemos a nuestras seguridades y nos volquemos a un cambio de vida radical que nos lleva a reparar las ofensas a Dios y a nuestro prójimos siendo generosos para con el necesitado.
La conversión del corazón requiere de la renuncia de nuestro antiguo yo y nos regeneremos en uno nuevo. El que Jesús entrara en la casa de Zaqueo expresa cómo la misericordia de Dios va hasta lo más intimo del corazón y allí se sienta a comer a la mesa con el pecador. Este encuentro comenzó por pura curiosidad pero termina en una profunda conversión. Quien se encuentra con Jesús y lo deja pasar a su casa, se trasforma en un nuevo hombre. Jesús viene principalmente por el pecador por eso la misericordia de Dios se muestra con más resplandor cuando viene y rescata al hombre de su pecado.
ORATIO: (Expresamos lo que sale de un corazón iluminado y guiado por la Palabra)
Que me dé cuenta qué es lo que me impide acercarme a ti Jesús, que me dé cuenta cuál es mi impedimento espiritual, pues, sólo siendo consciente de esto, podre recibirte en mi hogar, en mi corazón, como lo hizo Zaqueo. Que mi disposición a recibirte sea Señor sin fingimiento, no un acto de cortesía, sino que sea una actitud de verdadero júbilo cuando llega la salvación a esta mi casa que es tu casa. Tú nunca rechazas al pecador, por eso te pido que al llegar a este hogar, a mi corazón trasformes desde lo más profundo su pecado sobre todo aquel más difícil de quitar y que me des fortaleza para emprender ese camino de constante conversión.
CONTEMPLATIO: (Después de haber acogido la Palabra nos comprometemos con ella)
Hoy se nos presenta un pasaje en el que se advierte la conversión de un pecador, sería muy fructífero que también nosotros hoy sintiéramos esa necesidad de una conversión, que nos demos cuenta de nuestro pecado cometido a diario. El Catecismo de la Iglesia católica nos enseña que la conversión es un “Don del Espíritu Santo que da al pecador, es como nos enseña el catecismo, el primer paso de un pecador en este acto de conversión, la contrición: un dolor del alma y una detestación del pecado cometido, con la resolución de no volver a pecar”[1] y otros de los pasos principales es el que resulta de esta conversión es el de la satisfacción o penitencia: Pues muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo.
El evangelio nos está invitando a dejar entrar a Cristo en nuestra casa, para que del encuentro con él, se provoque este cambio de vida interior. Es preciso darse cuenta de la grandeza del Don de Dios, para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no debe caber en aquel que “se ha revestido de Cristo”.
Siempre he de reconocer mis propias limitaciones y como signo de mi deseo de adhesión a Cristo haré constantemente un examen de conciencia poniendo atención en aquellos pecados cometidos contra mi hermano, familiares o amigos en los cuales fui injusto y si es posible haré algo en favor de ellos.
2.- LLAMADOS A PROFESAR LA FE EN EL PADRE BUENO Y MISERICORDIOSO
Lc 15, 1-3.11-32
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
¡Ven Espíritu Santo!, y dame el amor y la comprensión de la Palabra de Dios. Abre mis oídos para escucharla y dame fuerza de voluntad para seguirla y obedecerla. ¡Ven Espíritu Santo!, destruye mi egoísmo con el fuego de tu luz y hazme morir al hombre viejo que me amarra al pecado. Amén.
LECTIO: (Partimos del texto bien leído y entendido)
Entre tanto, todos los que recaudaban impuestos para Roma y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle. Los fariseos y los maestros de la ley murmuraban: éste anda con pecadores y come con ellos. También les dijo: un hombre tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: Padre dame la parte de la herencia que me corresponde. Y el padre les repartió los bienes. A los pocos días, el hijo menor recogió sus cosas, partió a un país lejano y allí despilfarró toda su fortuna viviendo como un libertino. Cuando lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en aquella región, y el muchacho comenzó a pasar necesidad. Entonces fue a servir a casa de un hombre de aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Para llenar su estómago, habría comido hasta el alimento que daban a los cerdos, pero no se lo permitían. Entonces reflexionó y dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras que yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino, regresaré a casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Se puso en camino y se fue a casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos. El hijo empezó a decirle: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: traigan en seguida el mejor vestido y pónganselo; pónganle también un anillo en la mano y sandalias en los pies. Tomen el ternero gordo, mátenlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado. Y comenzaron la fiesta. Su hijo el mayor estaba en el campo. Cuando vino y se acercó a la casa, al oír la música y los cantos, llamó a uno de los criados y le preguntó qué era lo que pasaba. El criado le dijo: ha regresado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero gordo, porque lo ha recobrado sano. El se enojó y no quería entrar. Su padre salió y trataba de convencerlo, pero el hijo le contestó: hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. Pero llega ese hijo tuyo, que se ha gastado tus bienes con prostitutas, y le matas el ternero gordo. Pero el padre le respondió: hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Palabra del Señor.
(Se lee el texto dos o más veces hasta que se comprenda)
El pasaje de la Sagrada Escritura nos recuerda el tema de la búsqueda y el hallazgo de lo que estaba perdido, y de manera concreta en la parábola del “Hijo pródigo”. Hay que destacar antes que nada algunos datos que nos ayudarán a lograr una mejor comprensión del mensaje contenido en esta parábola: La ley judía preveía que el hijo más joven recibiera un tercio de la fortuna de su padre. Y aunque la división de las propiedades del padre podía hacerse en vida, los hijos no accedían a la herencia hasta después de la muerte del padre. Conociendo estos datos, la inmensa bondad de Dios, representada en el padre de la parábola, está ya insinuada desde el comienzo del relato. Esta parábola, en efecto nos muestra la bondad del padre que olvida todo lo que le hizo el hijo pródigo.
Sin embargo su gran generosidad no es comprendida por el hijo mayor, el cual, con una actitud semejante a la de los fariseos y maestros de la ley, se niega a participar en la fiesta, y llena de reproches a su padre. La respuesta del Padre pasa por alto los reproches del hijo y lo invita de nuevo a compartir la fiesta y a experimentar la alegría por haber encontrado a quien estaba perdido.
Preguntas para reflexionar:
a.- ¿Qué cualidades descubrimos en la figura del padre?
b.- ¿Qué hace el hijo ante la confianza que le brinda el padre?
MEDITATIO: (Confrontamos nuestra vida con el Evangelio)
Los recaudadores de impuestos eran despreciados por sus compatriotas y eran tomados como pecadores; puesto que nadie los aceptaba por el cargo que desempeñaban, se acercan con Jesús, para oírle. La palabra de Jesús ante el pecador es atractiva e invita a la conversión. Según la costumbre judía, únicamente era posible compartir los alimentos con los más allegados a la familia, por el profundo significado que representaba compartir, ya que no únicamente se participaba del platillo preparado, sino que representaba un sentido mucho más profundo, compartir la alegría, convivir, pero sobre todo era el espacio propicio de intimidad con los que estaban ahí reunidos. En esta ocasión Jesús está invitado a participar de la intimidad con los pecadores.
Quienes están conviviendo con Jesús, los pecadores, se encuentran en plena disposición de aceptar sus enseñanzas porque han venido a escucharle y qué momento tan propicio para aprender, que el estar en intimidad con Él.
La enseñanza sobre la misericordia de su padre celestial Jesús la realiza con una parábola que seguramente dejará huella en el corazón tan necesitado de amor de todos los oyentes.Mientras el hijo reclama los bienes, el Padre acepta corresponder a la petición que le ha hecho. El Padre ha aceptado repartir los bienes, no por los reclamos del hijo, sino por el gran amor que le tiene.
La tierra lejana, representa la región de los paganos, los que están fuera de las costumbres y creencias del pueblo judío. El hijo ha despilfarrado su fortuna, es decir; ahora se encuentra lejos de la protección y apoyo del Padre, lejos de las costumbres de su pueblo y sobre todo se ha alejado de Dios al vivir como libertino.
La escasez que está viviendo el hijo es la situación de pecado, ha perdido la gracia, es consciente ahora de la ausencia del Padre, pero sobre todo se ha dado cuenta de que está necesitado de Dios. El pecado lo ha hecho tocar fondo y ha sentido la angustia, de haberse alejado de Dios. Los cerdos son considerados impuros, y ahora el hijo está en medio de ellos; es decir, ha perdido la gracia, la dignidad y la pureza de Hijo de Dios, se encuentra hundido en el pecado. El hijo en su situación de pecado, se ha igualado a los cerdos y desea alimentarse con la comida propia de los éstos animales. Pero el patrón, a quien el hijo sirve, no le permitió que se alimentara de ese comida, porque esa comida no le corresponde a ningún ser humano, es únicamente para los cerdos.
La intervención del patrón ha hecho que el hijo reflexione y tome conciencia de su persona. Ahora el hijo ha sentido la necesidad de reconocerse como tal y añora saciar su hambre con pan para hombres. El hijo siente la necesidad de regresar a casa de su padre y ocupar su lugar de hijo, pero primero necesita pedir perdón a su Padre y a Dios. Es consciente de que ha perdido su dignidad de hijo pero quiere salir de su estado de impureza, salir del nivel de los cerdos y ocupar por lo menos el lugar del sirviente.
El Padre siempre ha estado esperando el regreso de su hijo, es por eso que cuando aún está lejos lo alcanza a ver. Su amor por el hijo es muy grande, es por eso que su mirada está colmada de esperanza y de ansiosa espera y en cuanto lo tiene enfrente lo abraza y lo cubre de besos, manifestándole todo el afecto con el que aguardaba su regreso. La manera en que el Padre esperaba el regreso de su hijo, es la misma manera en que nuestro Padre Dios espera nuestro regreso a su lado, está siempre esperándonos con su mirada de infinito amor y misericordia; y nos cubre de dulces bezos y abrazos.
El hijo se reconoce pecador y quiere volver a recobrar la gracia que había perdido. El Padre no permite que el hijo termine el discurso que había planeado decirle, sino que pide a los criados que lo revistan con el mejor vestido, con sandalias y con anillo; estos signos son para expresar que el hijo efectivamente ha recobrado la gracia y la dignidad que anteriormente poseía. Han decidido matar el animal que tenían reservado para una ocasión muy especial. Y ha comenzado la gran celebración porque el hijo ha regresa con bien.
Y comenzaron la fiesta. El motivo de la fiesta es el regreso del hijo que estaba en situación de muerte, en pecado; pero ha recuperado su vida, su dignidad, la gracia de Dios. El hijo mayor aún no está gozando de la alegría de la fiesta, se encontraba ocupado en sus tareas ordinarias, aún no sabía que su hermano había regresado. Pero la música lo inquieta y desea saber cuál es el motivo de la fiesta, no ha querido entrar a la casa, y ha preferido que un criado le explique el motivo de la fiesta.
El hijo mayor no ha querido entrar porque para él, el regreso de su hermano no es suficiente motivo para festejar. Pero el Padre quiere hacer entrar en razón a su hijo mayor, de que él también debería alegrarse, porque su hermano menor ha regresado y está sano. El hijo mayor no acepta a su hermano menor, por su situación de desgracia y pecado, en el que ha caído; pero en el fondo él también está en pecado. Se cree justo y no permite que su hermano recobre la alegría volver a su casa, junto a su Padre.
El Padre le reitera al hijo mayor, su confianza y su amor. Le recuerda que al estar a su lado nada le faltará. El hijo al estar junto a su padre goza de bienestar, de alegría, de seguridad y del amor incondicional. El Padre insiste al hijo mayor, que acepte a su hermano; reconociendo en él la misma condición de hijos, con igual dignidad y siendo los dos herederos del amor del mismo Padre.
ORATIO: (Expresamos lo que sale de un corazón iluminado y guiado por la Palabra)
Señor nuestro, lleno de bondad y amor, que siempre esperas nuestro regreso, como el Padre comprensivo que sale al encuentro de su hijo, el cual ha malgastado su vida, su dignidad, su persona; y lo abrazas con tu infinita misericordia. Ayúdanos a salir de nuestra impureza y pecado, para recobrar así la gracia del perdón y que con nuestro testimonio ocasionemos que nuestros hermanos también regresen a tu lado, porque ahí es a donde pertenecemos como hijos tuyos.
Padre te alabo por tu misericordia, con todos los hijos pródigos que han vuelto desde el primer converso y que sólo Tú conoces; como los célebres David y San Agustín. Y no siendo el último que volverá. Te alabo yo, que he sido y soy el pródigo que no acaba nunca de volver a tu Casa, comportándome a menudo como el hijo mayor. Amén
CONTEMPLATIO: (Después de haber acogido la Palabra nos comprometemos con ella)
El texto de Evangelio es claro, marca muy bien la figura paterna de Dios, un padre con grandes bienes, los cuales son para los hijos y solo a ellos pertenecen, y estos bienes o herencias están a la disposición de los hijos y el padre convencido de la libertad de su hijo le entrega lo que le corresponde, pero no hablamos de cualquier herencia hablamos de sus bienes, hablamos de algo más que eso, del amor de la gracia, de su vida misma manifestado en la disponibilidad del Padre por entregárselos.
El hijo es tonto y al tener los bienes del padre despilfarra el amor, la gracia, el esfuerzo del Padre, sin contar que aquello le había sido entregado sin la espera a recuperarlo, cree que en su libertinaje encontrará la felicidad, puesto que al alejarse del Padre se encontró con el vacío. La peor escases por la que pasaba no era precisamente la escases material, era precisamente la escases del amor paterno, del amor tan necesario del Padre hacia el hijo y obviamente esta escases eran en la región en la que se encontraba, era la región del pecado donde de todo se carece, y donde todo es elemental, hacía falta la presencia del Padre
Al no poder saciar su necesidad de amor, recurre a lo más fácil y lo más pronto, manifestado en el servicio que comienza a prestar con los cerdos, sin embargo no es aquello lo que él necesita, el hijo, como nosotros, necesita saciar el hambre del corazón que sólo se llena con la Gracia y el Amor del Padre y decide encaminarse hacia el amor ya que con eso conseguía el perdón del Padre, reconocía su pecado, examinaba su vida y al examinar su vida ya pedía perdón, este es el elemento principal para recuperar la gracia, la aventura del perdón constituye la decisión, el camino, la puesta en marcha y la renuncia a la mala vida, quien se aleja del Padre se aleja al olvido, al sufrimiento y al desprecio, todo esto causado por el pecado.
El camino de conversión es el lugar seguro para llegar al Padre, quien emprende el camino, emprende el encuentro y emprende la gracia, es seguro que quien camina como el hijo encontrará la misericordia divina y la gracia que renueva.
El Padre aunque nosotros nos alejemos, Él siempre está en la espera del regreso del hijo a quien tanto ama, y no espera a que lleguemos, si no que nos acorta el camino y sale al encuentro, facilita la gracia y el amor y acorta el desgaste y acorta nuestro sufrimiento, y su encuentro no es un encuentro de recriminación, es un encuentro de amor, el beso como la manifestación más pura del amor, no sólo uno sino muchos, los cuales purifican y llenan de amor, el signo del abrazo como signo de perdón, aún sin pedirlo todavía, pero ya manifestado en el regresar, ante este hecho ya las palabras salen sobrando pues las actitudes han hablado por sí mismas, han manifestado la necesidad del perdón y al Padre ya no le interesa conocerlas, ya ha cubierto de misericordia al hijo perdido y actúa con misericordia.
El Padre nuevamente le da todo, incluida su gracia y su perdón, es momento de la fiesta es momento de festejar es momento de hacer resonar el evangelio “hay más alegría en el cielo por un pecado que se arrepiente que por muchos justos”, es momento de desbordar la gracias, porque ha abundado la misericordia y el perdón y eso es motivo de fiesta para el Padre misericordioso, no importando el hecho cometido, se recupera la vida, y no la que perece, sino la que permanece por siempre.
El Padre amoroso sigue manifestando su amor al salir nuevamente al encuentro del hijo que se ha desviado por eso necesitamos reconocernos pecadores, infinitamente amados por Dios, y propiciar un encuentro con Dios mediante el sacramento de la Reconciliación, motivar a nuestros hermanos para que gocen del sacramento del perdón y avanzar en nuestro camino de conversión, perdonando de corazón las ofensas que nos han hecho.
3.- LLAMADOS A PROFESAR LA FE EN JESUCRISTO NUESTRO SALVADOR
MC 8, 27-33
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, de tus dones espléndido; luz que penetras las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Amén.
LECTIO: (Partimos del texto bien leído y entendido)
Jesús salió con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo y por el camino les preguntó: -¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: -Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los profetas. Él siguió preguntándoles: -Y según ustedes, ¿quién soy yo? Pedro le respondió: -Tú eres el Mesías. Entonces Jesús les ordenó que no hablaran de él con nadie. Entonces Jesús empezó a enseñarles que el Hijo del hombre tenía que sufrir mucho, que sería rechazado por los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley; que lo matarían, y a los tres días resucitaría. Les hablaba con toda claridad. Entonces Pedro lo tomó aparte y se puso a reprenderlo. Pero Jesús dirigiéndose a Pedro lo reprendió en presencia de sus discípulos, diciéndole: -¡Colócate detrás de mí, Satanás!, porque tú no piensas como Dios, sino como los hombres. Palabra del Señor.
(Se lee el texto dos o más veces hasta que se comprenda)
Preguntas para reflexionar:
a.- ¿Cuáles son las dos preguntas que hace Jesús a sus discípulos?
b.- De las dos preguntas, ¿cuál es la más difícil de contestar?, ¿por qué?
c.- ¿Qué dice Jesús de sí mismo?
-Mientras que la muchedumbre sigue confundida, los discípulos pueden ver claro. Pedro, en nombre de todo el grupo, proclama abierta y certeramente la identidad de Jesús: Tú eres el Mesías. Este es un momento central en el argumento del libro y ha sido preparado cuidadosamente.
-Sin embargo, aunque la respuesta de Pedro era exacta, se podía prestar a graves malentendidos en la línea de un mesianismo triunfalista y político-nacionalista. Por eso los discípulos reciben la orden de callar. Era necesario completar y purificar el concepto de Mesías.
MEDITATIO: (Confrontamos nuestra vida con el Evangelio)
Jesús parece tener curiosidad por saber lo que dice la gente a cerca de él. Nosotros hemos escuchado mucho sobre lo que piensan los demás de Jesús, hemos escuchado hablar mucho de él, por ejemplo, de los sacerdotes, de los catequistas, hasta de los que no creen en Jesús. Para nosotros es fácil responder lo que dicen o piensan otros sobre algo o alguien. Lo difícil es expresar lo que yo pienso o sé de alguien, en este caso, de Jesús, porque necesito conocerlo bien, antes de dar mi respuesta.
Los discípulos ya han tenido muchos encuentros con Jesús, él ya les ha abierto los ojos como al ciego, ahora lo conocen bien y pueden dar la respuesta correcta: “tú eres el Mesías”. Dejemos que abra, también, nuestros ojos, para que podamos conocerlo y encontrarnos con él y así dar una respuesta acertada cuando nos pregunten sobre él.
Jesús no quiere que se sepa, todavía, quién es él, para que no haya malentendidos y lo vean como un Mesías político. Es necesario que cada discípulo tenga un encuentro personal con él, para descubrir quién es en realidad.
Jesús habla de su mesianismo de entrega, de donación y de sacrificio y aunque los discípulos no lo comprendían, les hace el primer anuncio de su pasión. Tal vez no comprendían porque no esperaban un Mesías sufriente y humilde.
¿Cuántas veces nosotros no dejamos que Jesús actúe en nuestro interior, porque queremos que se haga nuestra voluntad y no la de Dios? Jesús estaba dispuesto a realizar la voluntad de su Padre y no iba a permitir que nada lo detuviera. Muchas veces, nosotros desviamos el plan de Dios, porque no queremos que incluya sufrimientos, sin embargo, éste es necesario para nuestra purificación y, si lo unimos a los sufrimientos de Cristo, descubriremos que tiene sentido.
Las palabras de Jesús a Pedroparecen unas palabras muy duras, como un regaño muy cruel. Sin embargo, las palabras “colócate detrás de mí”, están llenas de esperanza. Jesús quiere que nos coloquemos detrás de él y aprendamos de él, que es el Maestro; quiere que sigamos sus pasos y tratemos de ser como él, que pensemos como él. Sólo así podremos comprenderlo y amarlo, y amar a nuestros hermanos; sólo así encontraremos sentido al sufrimiento y al dolor.
ORATIO: (Expresamos lo que sale de un corazón iluminado y guiado por la Palabra)
Señor Jesús, ante un mundo que prefiere promesas falsas, nosotros queremos reconocerte como Hijo de Dios y Salvador de los hombres. Te creemos resucitado y vivo hoy como ayer, y estamos seguros de que vives en nosotros por tu Espíritu. Concédenos conocerte a fondo por la fe y la amistad; y haz que, queriendo a nuestros hermanos, nos entreguemos a la fascinante tarea de amarte apasionadamente.
Señor Todopoderoso queremos vivir un encuentro muy íntimo con tu persona para poder conocerte y amarte. queremos que nuestra respuesta a la pregunta de quién eres tú salga desde lo mas profundo de nuestro corazón, de un conocimiento muy profundo de tu persona y así podamos reconocerte como nuestro Salvador. Junto con Pedro queremos decirte que eres el Mesías pero no queremos un mesianismo a nuestro antojo, de acuerdo a nuestros proyectos personales, queremos que tú realices tu obra redentora en nosotros según tus designios de amor.
Señor Dios Padre, concédenos el don del Espíritu Santo para conocer mejor a tu Hijo Jesucristo que vivió, murió y resucitó por nosotros trayéndonos la salvación. Él es el Mesías esperado, un Mesías que me pide conocerlo íntimamente para aceptarlo, amarlo y seguirlo. Para que así, una vez conocido por mí, sea capaz de seguir profundizando en el misterio de su persona y obra para llevarlo a todo aquel que necesita saber de Él. Amén
CONTEMPLATIO: (Después de haber acogido la Palabra nos comprometemos con ella)
Jesús pregunta a sus discípulos acerca de su identidad: ¿quién dice la gente que soy yo? Seguramente la persona de Jesús y sus obras estaban en boca de multitudes. Él no ha pasado desapercibido y su doctrina y acciones provocan diferentes reacciones en sus contemporáneos. ¿Por qué quiere saber Jesús lo que dice la gente de él? No porque él dude de su identidad. Él sabe quién es, pero posiblemente quiere darse cuenta si el pueblo ha logrado captar su verdadera identidad y todo parece indicar que no es así. No es así porque unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías y otros que alguno de los antiguos profetas. Jesús ha dado varios signos de profetismo como el anunciar la proximidad del reino de Dios, denunciar las injusticias, realizar sanaciones físicas y exorcismos, pero no es ninguno de los profetas mencionados.
Es de notar que a sus discípulos les pregunta primero qué dicen los demás y luego lo que piensan ellos. Y es que ante la pregunta de Jesús es necesario dar una respuesta personal. Conocer a Jesús por propia experiencia y no por lo que los demás dicen solamente. Pasar de una fe de tradición a una fe de convicción. No es lo mismo saber de él por lo que dice la historia que por propia experiencia de intimidad y amistad. Aunque no quiere decir que debamos descartar la tradición pues a través de ella se nos ha transmitido al mismo Jesús. Pero es necesario que todo lo que se nos ha transmitido se haga experiencia propia.
Pedro sabe responder a la pregunta de Jesús porque lo ha conocido y ha estado cerca de Él, pero sobre todo porque el Padre se lo ha revelado. Si queremos responder a esa pregunta debemos conocerlo íntimamente y estar abiertos a Dios Padre. Jesús desea que cada uno de nosotros tengamos un encuentro personal con Él y no nos dejemos llevar simplemente por lo que dicen las masas de su persona.
Hace tiempo en un concurso de conocimientos a alumnos de primera comunión en una comunidad de catequesis, después de hacer varias preguntas teóricas contenidas en sus libros, a cada uno de los concursantes les hice una última pregunta: ¿quién es para ti Jesús? Les advertí que no quería una respuesta del libro sino una respuesta basada en su propia experiencia de fe. Las respuestas fueron muy interesantes pero hubo una que me llamó la atención y me pareció muy conmovedora. La pequeñita me respondió: –“Jesús es mi amigo, es mi hermano, es mi todo. Todo lo que soy se lo debo a Él” Y al instante comenzó a llorar. Fue una respuesta que había salido desde lo más profundo de su corazón, no era algo que había memorizado previamente como muchas veces memorizamos fríamente nuestro catecismo. Se percibía que la niña tenía su propia experiencia de encuentro con Jesús, a su manera y desde sus esquemas infantiles, pero me pareció una experiencia tierna y verdadera.
La pregunta se dirige ahora a cada uno de nosotros: ¿quién es Jesús para ti?, ¿quién es Jesús para mi? En verdad podemos dar una respuesta desde lo más profundo de nuestro corazón basada en una auténtica experiencia de amor, o sólo podremos dar una respuesta que hemos memorizado en nuestra enseñanza catequética. O tal vez sólo podemos dar una respuesta en base a lo que dicen los demás. Analicemos nuestra propia experiencia de encuentro con Jesús y si descubrimos que aún no lo conocemos suficientemente para decir que somos verdaderos cristianos, pidamos al Padre que nos enseñe a su Hijo. Jesús me pide conocerlo más. Tener mayor intimidad, para amarlo más. Conocerlo para amarlo, y amarlo para seguirlo.
4.- LLAMADOS A PROFESAR LA FE EN EL ESPÍRITU QUE DA VIDA
Gal. 4, 4-7
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
Señor Jesús, abre mis ojos y mis oídos a tu Palabra. Que lea y escuche yo tu voz y medite tus enseñanzas. Despierta mi alma y mi inteligencia, para que tu Palabra penetre en mi corazón y pueda yo saborearla y comprenderla.
Dame una gran fe en ti, para que tus palabras sean para mí otras tantas luces que me guíen hacia ti por los caminos de la justicia y de la verdad. Habla, Señor, que yo te escucho y deseo poner en práctica tu doctrina, porque tus palabras son para mí, vida, gozo, paz y felicidad. Habla, Señor, tú eres mi Señor y mi Maestro y no escucharé a nadie sino a ti. Amén. (Libro de mis oraciones pag 56).
LECTIO: (Partimos del texto bien leído y entendido)
Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que son hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino Hijo; y si eres hijo también heredero por voluntad de Dios. Palabra de Dios.
(Se lee el texto dos o más veces hasta que se comprenda)
Preguntas para reflexionar:
a.- ¿Quién es quien hace que seamos hijos de Dios?
b.- El Espíritu quita la esclavitud, ¿a qué esclavitud se refiere?
Cuando San Pablo se refiere a la ley en este pasaje tiene en mente la Torah, la entiende como palabra de Dios, el agua que quita la sed, el pan que da la vida; en ella se encuentran los tesoros de la sabiduría, no es sólo un precepto exterior que le viene de fuera al hombre.
Al final de los tiempos el pueblo elegido será un pueblo santo, un pueblo sin pecado; esta santidad y este estado de impecabilidad provienen de la presencia activa del Espíritu que purifica y da nueva vida.
El elemento principal de la nueva ley, la ley del Espíritu, es la gracia interior que proviene de Cristo Jesús Resucitado. El cristiano se preocupará sobre todo del espíritu y no se detendrá en poder observar auténticamente una ley si primero no ha penetrado su significado.
El código de la nueva ley propone al cristiano la imitación de la persona de Jesús y es el Espíritu Santo el que al actuar en el hombre lo hace decir Abbá, lo hace reconocer a Dios como su padre, nos hacemos un solo espíritu con el Señor, o sea, sus hijos. En el Espíritu recibimos la vida de la gracia y somos llamados a la santidad. Él es la fuerza que unifica, que santifica y que integra.
MEDITATIO: (Confrontamos nuestra vida con el Evangelio)
El Espíritu Santo es un agente santificador que actúa en el espíritu humano regenerándolo y renovándolo (ver Tit 3,5). Y ya sabemos que el Espíritu Santo pata santificarnos realiza en nosotros tres funciones importantes: 1) Función Iluminativa: da luz a nuestra entendimiento para conocer lo bueno y lo malo y de esta manera rectificar nuestra conciencia; 2) Función Volitiva: da fuerza a nuestra voluntad debilitada por el pecado, para poder vencer el egoísmo y las tentaciones y para practicar sin cesar el bien y cumplir responsablemente la misi6n que Dios pone en nuestras manos; y 3) Función Fortificativa: da fortaleza y magnanimidad a nuestra vida para sobreponernos con esperanza y fe en las momentos difíciles y dolorosos que se nos presentan en nuestra caminar.
El Espíritu Santo tiene una función unitiva y santificadora en el Cuerpo Místico de Cristo. Esto quizá es lo más específico y característico de San Pablo: El Espíritu Santo está en función del Cuerpo Místico de Cristo, de manera que no hay Cuerpo Místico sin Espíritu Santo, ni Espíritu Santo fuera del Cuerpo Místico de Cristo.
El Espíritu Santo es el autor y dador de la vida y la vida que él da es libre de condenación, ninguna condenación hay para el que está en Cristo, porque la salvación a través de Él ha hecho libre a la gente de la ley de condenación.
El fundamento sobre el cual el Espíritu Santo trabaja en la vida del creyente opera en el poder, Él hace lo que la ley nunca pudo hacer.
El Espíritu Santo es “la marca distintiva” del creyente. Su mera presencia en el cristiano significa derrotar el poder del pecado en la vida del creyente. El espíritu Santo reina dentro del corazón.
Por la muerte de Jesucristo el creyente fue liberado de la ley del pecado (Romanos 7:23-25) y de la muerte (7: 10, 11, 13) eso no significa, que estamos sin pecado aunque ya hemos sido liberados de su dominio. (6:18-22) Nosotros tenemos una nueva relación con la ley por nuestra nueva relación con Cristo.Alguien dijo: “La ley de Moisés tiene el derecho, pero no el poder, la ley del Espíritu tiene las dos el derecho y el poder.”
El Cristiano ahora tiene vida en el Espíritu, “Por la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús nos ha liberado de la ley del pecado y la muerte”. La ley del Espíritu de vida está en Cristo Jesús. Este es el principio del nuevo nacimiento y esto nos ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. “Por lo tanto ahora ninguna condenación hay para aquellos que están en Cristo Jesús”.
Este es el nuevo principio espiritual de vida. Es a través de de nuestra unión esencial con Cristo que nosotros hemos recibido esta vida en el Espíritu. El Espíritu Santo es el único quien ha demandado sobre nuestras vidas, la ley no tiene ninguna demanda sobre el cristiano porque nosotros hemos sido hechos libres de la ley del pecado y la muerte. Nosotros hemos encontrado liberación en el trabajo y la persona de Jesucristo. La ley ya no tiene más derecho sobre el cristiano. Nosotros hemos sido comprados en el mercado de esclavitud y hechos libres para vivir esta nueva vida en Cristo Jesús.
La ley no podría salvarte a ti, y no te puede santificar (v.3). La ley era débil a través de la carne sin el Espíritu Santo. Porque Cristo murió por ti, la ley no pude ya mas condenarte. Cristo sufrió la condenación de la ley a favor nuestro. Cristo vino “en la semejanza” de la carne del pecado y cargo nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz. Jesús pago el pago por nuestros pecados, y desde que ahora estamos “en Cristo” Dios no nos condenara de nuevo. Dios condeno el pecado en el sacrificio de Cristo para que ahora nosotros podamos estar delante de Dios en Su perfecta justicia.Por esta vida en el Espíritu Santo la ley no puede ya más controlar al cristiano (v.4). La diferencia entre la vida del cristiano y la vida del legalista; es que el creyente vive una vida de justicia, no en el poder de la ley, pero en el poder del Espíritu de Dios. La presencia de la morada del Espíritu Santo produce la nueva vida en nosotros. El nos capacita para caminar en obediencia y cumple la justicia de Dios en nosotros.A medida que el creyente cede el control al Espíritu Santo, él experimenta el trabajo de la santificación del Espíritu en su vida diaria.
ORATIO: (Expresamos lo que sale de un corazón iluminado y guiado por la Palabra)
SECUENCIA DE PENTECOSTÉS
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Amén
CONTEMPLATIO: (Después de haber acogido la Palabra nos comprometemos con ella)
La reflexión sobre el Espíritu Santo en San Pablo nos mueve a considerar cómo los cristianos somos movidos por el Espíritu de Dios a transformarnos en esclavos de amor unos de otros. El hombre salvado es liberado de la ley para servir a Dios en una vida nueva por el Espíritu.
El cristiano es un hombre encausado al amor, a un amor que participa del amor de Dios porque éste es comunicado al hombre por el Espíritu Santo.
Este texto nos sugiere cómo en nuestra vida cristiana tenemos qué dejarnos conducir por el Espíritu del Señor, el cual nos da una nueva vida de hijos de Dios.
La Sagrada Escritura nos insiste en que es el Espíritu Santo la fuerza, el poder de Dios, y que es El quien nos fortifica, nos impulsa a crecer humana y espiritualmente, y nos permite rebasar las dificultades y obstáculos en nuestra vida cristiana: "El Espíritu Santo, viene en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene. El Espíritu mismo intercede por nosotros" (Rom 8, 26).
Es este mismo Espíritu el que produce frutos en nosotros tales como los que ya nos menciona la Sagrada Escritura: "En cambio el fruto del Espíritu divino es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley" (Gál 5, 22-23).
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma lo siguiente: "Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, y castidad" (CIC 1832).
5.- LLAMADOS A PROFESAR Y A VIVIR LA FE DENTRO DE LA COMUNIDAD CRISTIANA QUE ANUNCIA EL REINO DE LOS CIELOS
Mc. 4, 1-20
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
Ven, Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Tú eres la fuerza que vigoriza nuestro trabajo.
Tú el aliento que vivifica nuestra alma.
Tú, la luz que ilumina nuestra mente,
Tú el motor de nuestras obras.
Danos docilidad para seguir tus mandatos
y que gocemos siempre de tu protección.
LECTIO: (Partimos del texto bien leído y entendido)
De nuevo se puso a enseñar a orillas del lago. Acudió a él tanta gente, que tuvo que subir a una barca que había en el lago y se sentó en ella, mientras toda la gente permanecía en tierra, a la orilla del lago. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía enseñándoles: -¡Escuchen! Salió el sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino. Vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida, porque la tierra era poco profunda, pero, en cuanto salió el sol se marchitó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre la maleza, y cuando la maleza creció, asfixió la semilla que no dio fruto. Otra parte cayó en tierra buena y creció, se desarrolló y dio fruto: el treinta, el sesenta y hasta el ciento por uno. Y añadió: -¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!
Cuando quedó a solas, los que estaban a su alrededor junto con los Doce le preguntaron sobre las parábolas. Jesús les dijo: -A ustedes Dios les ha confiado el misterio de su reino, pero a los de fuera todo les resulta enigmático,de modo que: por más que miran, no ven, y, por más que oyen, no entienden; a no ser que se conviertan y Dios les perdone. Y añadió: -¿No entienden esta parábola? ¿Cómo van a comprender entonces todas las demás? El sembrador siembra el mensaje. La semilla sembrada al borde del camino se parece a aquellos en quienes se siembra el mensaje, pero en cuanto lo oyen viene Satanás y les quita el mensaje sembrado en ellos. Lo sembrado en terreno pedregoso se parece a aquellos que, al oír el mensaje, lo reciben en seguida con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos; son inconstantes y al llegar el sufrimiento o la persecución a causa del mensaje sucumben. Otros se parecen a lo sembrado entre maleza. Son esos que oyen el mensaje, pero las preocupaciones del mundo, la seducción del dinero y la codicia de todo lo demás los invaden, ahogan el mensaje y éste queda sin fruto. Lo sembrado en la tierra buena se parece a aquellos que oyen el mensaje, lo reciben y dan fruto: uno treinta, otro setenta y otro cien. Palabra del Señor.
Se lee el texto dos o más veces hasta que se comprenda.
Preguntas para reflexionar:
a.- ¿Dónde siembra el sembrador la semilla?
b.- ¿Por qué unas semillas no producen fruto?
Empieza el capítulo 4 de Marcos, que contiene cinco parábolas seguidas. La parábola del sembrador es la primera de ellas en la que advertimos tres secciones: la proclamación de la parábola por Jesús. El intermedio explicando el por qué habla Jesús en parábolas. La explicación de la parábola del sembrador.
El relato abre con una introducción circunstancial: “Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca”. Y sigue la parábola del sembrador en la que, en la que Jesús valora positivamente su anuncio del Reino, que es la semilla. Si, Jesús comienza comparando el Reino de Dios con una siembra azarosa y acaba equiparándola a una cosecha espléndida, sin prestar mayor atención a las etapas intermedias de crecimiento y maduración, algo que sí hace la parte explicativa de la parábola. El trío de cifras: treinta, sesenta y ciento por uno, habla manifiestamente de la plenitud final del Reino, que sobrepasa toda medida y su pera con creces una buena cosecha. Aunque no sin dificultades, el éxito es seguro.
MEDITATIO: (Confrontamos nuestra vida con el Evangelio)
El lugar desde el que Jesús da a conocer esta parábola que acabamos de escuchar es un lugar muy importante ya que en él fue donde acontecieron la llamada de los primeros discípulos, en ese lugar vio a Leví al pasar, y es ahí también a donde lo han seguido sus discípulos y la gran multitud.
El texto nos dice que Jesús estaba enseñando a orillas del lago, y que había tanta gente que le obligaron a subir a una barca, y estando arriba Jesús como buen maestro toma asiento y se dispone a dirigir su enseñanza a la gente que aguarda a al orilla del lago; entre la gente que estaba allí bien podemos encontrar a personas llenas de curiosidad, otras con intereses meramente humanos, y otros con un espíritu abierto para escuchar las palabras del maestro; tal y como las podemos encontrar hoy en los templos o en los grupos de oración.
La primer palabra de Jesús: ¡Escuchen!, es una exclamación que nos debe de hacer pensar en la necesaria disposición que hay que tener para recibir con claridad el mensaje. Lo que Jesús está por decir necesita de un ambiente propicio para que pueda llegar a causar efecto en la vida de sus oyentes; por eso Jesús intenta despertar el interés sincero de la gente, para que logren examinar su corazón, su vida a través del lenguaje de una parábola; la cual necesariamente a quienes la escuchamos nos obliga a la reflexión, a la interiorización y a la decisión.
La parábola que Jesús nos describe en este texto, parte de un hecho tan cotidiano y común como lo es la siembra; a través de esta imagen él intenta comunicar a las personas que lo escuchan la grandeza del Reino de Dios que está haciéndose presente en medio de ellos. Esta grandeza del misterio del Reino se hace presente como vemos, en lo cotidiano de la vida, en medio de la sencillez, sin tanto alboroto; solo basta escuchar, atender a la voz de Dios que habla a través de las palabras de Jesucristo.
La parábola descrita por Jesús nos presenta a un hombre ubicado como el sembrador el cual esparce su semilla. Una vez señalado esto, la parábola hace a un lado la presencia del sembrador para centrarse en la semilla y el espacio en el que ésta se desenvuelve después de haber sido arrojada por el sembrador. Los espacios o lugares en los que es arrojada la semilla son cuatro, la que cae en el borde del camino y se la comen los pájaros, la que cayó en terreno pedregoso donde no hay mucha tierra, la que cayó en la maleza y fue asfixiada por la misma y finalmente la que cayó en tierra buena, creció, se desarrolló y dio fruto en distintas proporciones.
Esta situación nos debe de llevar a pensar en el servicio que Jesús hace a Dios, como el sembrador de la palabra divina, el cual arroja la palabra divina en el corazón del hombre, palabra que no es recibida de igual forma en todos los corazones, porque el suelo de muchos hombres es infértil o no esta preparado debidamente para recibir la semilla. En este contexto podemos hacernos una pregunta que comience a confrontar nuestra vida con la palabra de Dios que acabamos de escuchar y que ahora meditamos. De acuerdo a mi fe y mi experiencia de Dios ¿con qué clase de terreno me identifico?...
Después de la descripción de la parábola, nos indica el texto que Jesús se quedo a solas, y a su alrededor había gente y también los Doce; los cuales le preguntaron sobre las parábolas. Jesús les contesta señalándolos como depositarios del misterio de su reino, por estar junto a él. En este contexto podemos pensar en la gente, que se ha quedado fuera, se ha ido y no ha podido descubrir el misterio del reino; y que este descubrimiento del reino es algo más que mirar, algo más que escuchar; es abrir el corazón y la vida a esta palabra de salvación que nos hace convertirnos al señor y disfrutar de su misericordia como lo dice Jesús.
Esta indicación de Jesús nos debe de confrontar y hacer pensar en la manera como nos acercamos a Dios, a su Palabra; tal vez en muchas ocasiones nos hemos quedado con la experiencia meramente sensitiva y no hemos dado el paso siguiente; el disfrutar y gustar de la soledad con Jesús, dialogar con él, el experimentarnos en su cercanía y poseedores de un misterio que nos rebaza y que nos hace descubrir que no basta con estar ahí, sino que necesito seguir haciendo experiencia de Jesús, experiencia de discipulado, vida de conversión y de encuentro constante con la misericordia que me ha traído Jesús.
Una vez manifestada esta insensibilidad de la gente y de los Doce, Jesús cuestiona sobre la incomprensión de la parábola y de lo difícil que les será entender lo que a su lado verán. Es por ello que hechas las preguntas, Jesús comienza a explicarles detalladamente la parábola. Ante esto no queda más que reconocer que la grandeza del reino de Dios nos rebaza y nos envuelve, y que nosotros por tanto, no podemos permanecer de pie esperando a comprender en su totalidad el misterio; esto es un error, ya que la comprensión del misterio se va haciendo de camino, en el recorrer de nuestra vida, en el ir ablandando el sendero de nuestra insensibilidad, en el ir arrojando lejos las piedras de nuestra aridez y en el ir arrancando la maleza de nuestro caprichos. Ahí esta la capacidad de abrirnos al entendimiento del misterio y el compromiso por llevar acabo lo que Dios quiere de nosotros.
Dejémonos abrazar por Dios, maravillémonos de su palabra, acojamos la semilla de su Reino, porque participar de cerca de este misterio es un regalo, un don de Dios. Compartamos con nuestros hermanos el gozo de haber contemplado un signo claro de la verdad de la Palabra de Dios que ha sido sembrada en nuestro corazón, y que con el auxilio divino la cuidaremos y la haremos fructificar en la vida eterna: uno treinta, otro setenta y otro cien…
Tanto de la primera como de la última parte de la parábola brota evidente una conclusión: hay que distinguir el tiempo de la siembra, que es de la Iglesia continuando la misión de Jesús, y el tiempo de la cosecha, que es el Reino consumado. Ni la Iglesia se identifica con el Reino de Dios, a cuyo servicio debe estar, ni el Reino ha alcanzado ya su plenitud, sino que va construyéndose poco a poco y está llegando continuamente al mundo de los hombres, como la semilla que crece entre dificultades. La manifestación definitiva y esplendorosa del Reino queda para los tiempos últimos. De ahí la perenne petición del padre nuestro: venga a nosotros tu Reino.
Jesús podía haber desplegado todo el poder de Dios para un éxito fulminante del Reino, tal como se imaginaban los judíos. Pero prefirió la lenta aventura de una humilde semilla sin triunfalismo avasallador. Con lo cual señaló el camino a su Iglesia, a nosotros: desprendimiento y pobreza, servicio y conversión continua, éxodo y diáspora itinerante.
ORATIO: (Expresamos lo que sale de un corazón iluminado y guiado por la Palabra)
Señor Dios Nuestro reconocemos que no hemos sido fieles al proyecto de Iglesia que tú fundaste, nos hemos llenado de rutina, nos hemos olvidado del mandamiento del amor, nos falta generosidad en nuestros corazones y hemos descuidado el alimento de tu Palabra y el de la Eucaristía, por eso te pedimos que renueves en nosotros el espíritu de hermanos, que nos ayudes a ser esa comunidad fraterna que acogiendo tu Palabra nos dejemos iluminar y guiar por ella para vivir con gozo los valores del Evangelio. Camina con nosotros, Señor Jesús, para que, siendo la Iglesia que tú deseas profesemos como comunidad la misma fe en ti.
Perdona, Señor, nuestra superioridad: somos, con frecuencia, el terreno pedregoso en que tu Palabra no puede echar raíces. Perdona, Señor, nuestra inconstancia, que seca en seguida en el corazón el entusiasmo suscitado por tu Palabra. Perdona, Señor, nuestra fragilidad: las preocupaciones cotidianas nos distraen y corremos detrás de muchas cosas superfluas. Perdona, Señor. Nuestra presunción: creemos poder predisponerlo todo y hacerlo todo con nuestras fuerzas.
Ayúdanos a confiarnos con la seguridad del niño a tu guía: sólo tú puedes hacer estable nuestra fe para siempre. Convierte nuestro corazón y mantennos cerca de ti hasta el momento en el que, como ha David nos lleves de la mano a descansar con nuestros antepasados.
CONTEMPLATIO: (Después de haber acogido la Palabra nos comprometemos con ella)
La palabra Iglesia designa a quienes son convocados por su fundador. Es una comunidad de hermanos, es dinámica. Nace del anuncio del Evangelio: vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda criatura (Mc 16, 15).
Hechos de los apóstoles habla de una comunidad que se reúne en torno a la escucha de la Palabra, la vivencia de la caridad, la celebración de la Eucaristía y la oración. Todos estos aspectos forman los grandes fundamentos de la comunidad cristiana, la Iglesia.
Esta Iglesia está formada por todos los bautizados y es una comunidad congregada por la Palabra, la predicación de los discípulos, alimentada por la Eucaristía y proyectada para el anuncio de la Buena Nueva.
La fe se celebra y se vive como experiencia sacramental en el bautismo, el cual somos regenerados y constituidos en hijos en el Hijo. Pero el bautismo no puede reducirse sólo a un momento de la vida, es más bien una experiencia que trasciende el momento celebrativo, es un estarse identificando momento a momento con los sentimientos de Cristo, hacer de la vida una constante ofrenda al Padre.
Es dentro de la comunidad donde el Resucitado sigue realizando prodigios y grandes señales, por lo tanto, es en la Iglesia donde se vive intensamente la presencia del Señor que vive porque ha vencido a la muerte. El Señor sigue actuando por medio de los apóstoles que en su predicación y testimonio se convierten en signos visibles de la Resurrección del Señor.
Los creyentes entienden muy bien que lo que ha de distinguir a la comunidad cristiana es la vivencia del mandamiento del amor que se concretiza en el vivir unidos y en el compartir poniendo todo en común. Los bienes del mundo se convierten en instrumentos para poder vivir los valores evangélicos de la generosidad y el de la caridad.
La fe se celebra, se vive y se alimenta de la Eucaristía. Los primeros cristianos alimentan su vida de fe en el encuentro con Jesús vivo presente de una manera misteriosa pero real en la Eucaristía.
Es también una comunidad que persevera en la oración como sustento de la vida en Caridad. Esta vivencia del amor es alimentada por la Palabra del Señor anunciada por los apóstoles, ella los congrega y los anima a la vivencia del amor. Es la semilla que ha de producir frutos abundantes.
Creemos en la Iglesia que es UNA.........por eso nos comprometemos a vivir la unidad en el amor.
Creemos en la Iglesia que es SANTA.......por eso nos comprometemos a buscar la santidad de su fundador.
Creemos en la Iglesia que es CATÓLICA.....por eso nos comprometemos a vivir como hermanos buscando la salvación de todos.
Creemos en la Iglesia que es APOSTÓLICA..... por eso nos comprometemos a ser fieles a las enseñanzas de los apóstoles.
Queremos Una Iglesia discípula y misionera que evangeliza al mundo, vive en comunión y tiene una misión: el anuncio de la Palabra. (Aparecida 30 y 33 156 163 365)
Queremos una Iglesia que sea la Casa de la Palabra, por tanto, en ésta, su casa, se le escuche, se le acoja y se le proyecte (VD.92)
Queremos una Iglesia que sea signo visible de salvación, signo e instrumento de unidad, comunión de Amor, que se sienta llamada a la Conversión, que se alimenta de la Palabra para ser evangelizada y evangelizadora, servidora desde la humildad, creativa y Encarnada, comprometida en defensa de la vida humana, con espíritu misionero, orante y que celebra los Sacramentos unidos a la vida.
LA FE DE LA VIUDA POBRE
Lc 21, 1-4
- 1.Texto
1Estaba Jesús viendo cómo los ricos depositaban sus ofrendas en las arcas del templo. 2Vio también a una viuda muy necesitada que echó allí dos monedas de poco valor. 3Y dijo:
-Les aseguro que esa viuda pobre ha echado más que todos los demás; 4porque ésos han echado de lo que les sobra, mientras que ella ha echado desde su pobreza todo lo que tenía para vivir.
- 2.Meditación
A Jesús nada se le escapa. Lo imaginamos atento, mirando las actitudes de todos los que van al templo de Jerusalén a cumplir con sus deberes religiosos. Sus observaciones ponen de manifiesto dos actitudes diferentes, dos modelos de vida y de relación con Dios: los ricos que dejan en las arcas del templo ‘algo’ de lo mucho que tienen, y la pobre viuda que entrega ‘todo’ lo que tenía para vivir.
En escena, aparecen primeros los ricos. ¿Qué habrá visto Jesús en ellos? Su arrogancia al dejar la ofrenda, el desinterés que tienen por los pobres, la intención velada de hacerse notar y ser reconocidos por todos.
La intención del autor no es decirnos que la riqueza en sí es mala, pues el mismo Evangelio presenta a algunos personajes ricos, como Zaqueo (19,1ss) y Susana (8,3) que son capaces de aceptar el mensaje de Jesús y desprenderse de ellos; lo que el autor está criticando son ciertas actitudes que tiene una persona cuando el dinero se ha apoderado de su corazón.
Jesús ya les había advertido a sus discípulos acerca de estas actitudes: a ese tipo de personas les interesan los puestos de honor, ser saludados en la calle y ponerse vestidos lujosos (20, 46-47); ellos son a los que se acostumbra invitar a los banquetes con el deseo de que nos devuelvan el gesto (14,12); los que andan preocupados en sus bienes y negocios, y desprecian el banquete del Reino (6, 18-19); los que no comparten lo que tienen con los necesitados, aunque los tengan en la puerta de su casa (16, 19-21).
Un ejemplo muy claro de esta actitud reprobable es el de los principales del pueblo de Israel: el texto que meditamos está precedido por varias discusiones entre ellos y Jesús (19,47-20,47). En los fariseos, saduceos y maestros de la ley, en todos ellos, Él había encontrado un corazón cerrado y autosuficiente, que se valora desde parámetros humanos (tener dinero, poder o conocimientos) pero poco reconoce su necesidad de Dios. Ellos son también los ‘ricos’ que, aunque tienen la buena costumbre de dar su limosna, ofrecen lo que nada le cuesta, dan lo que les sobra, son los que no se atreven al abandono total en manos de Dios.
Lucas nos describe también la situación de estos frente al Reino que viene a instaurar Jesús: los ricos son los que “ya han recibido su consuelo”, los satisfechos que “un día tendrán hambre”, “los que ahora ríen” pero luego “llorarán” (6, 24-25).
La causa de todo esto no es la riqueza material, sino lo que hay en el corazón. Por eso, Jesús hará contrastar las actitudes de estos “satisfechos” que “ya han recibido su consuelo” y “ahora ríen” (6, 24-25) con las actitudes de un personaje sencillo y callado, del que sólo sabemos cuatro cosas, nada favorables: se trata de una mujer, pobre, viuda (v. 2) y que ofrece al templo, desde su pobreza, todo lo que tenía (v. 4).
Si por su condición de mujer ya estaba en desventaja ante las instituciones judías, su situación se agrava por el hecho de haber quedado sin marido y por el silencio que hace el texto de la existencia de posibles hijos. Lo más seguro, es que haya quedado sola. ¿Qué es una mujer viuda de la que no se hace mención de tener hijos y que es pobre? Ante los ojos de los hombres, nada: no tiene protección, ni medios para subsistir, ni posibilidades de salir adelante. A ella, le queda su fe en el Dios a quien, como fiel israelita, le entrega de corazón lo poco que tiene. Lucas, en su obra, nos describe a varias de estas mujeres: la profetisa Ana (2, 37), las viudas de Israel y la viuda de Sarepta (4, 25-26), la viuda de Naín (7,12), la viuda inoportuna que va insistentemente con el juez (18,3.5), las viudas que son víctimas de los escribas (20, 47), las desatendidas en la comunidad cristiana (Hch. 6,1), y las de Tabita (9, 39.41); y en todos estos pasajes, este curioso personaje símbolo de todos aquellos que, en Israel, esperaban al Mesías; de los “pobres de Yahvé” que tienen un corazón libre de deseos de poder, tener o placer; de los que son dóciles para escuchar su Palabra y están dispuestos a recibir la gracia de Dios.
La viuda es el anti-tipo de los ricos -de todos los ‘satisfechos’ de Israel- y muestra a toda la comunidad para la que se dirige el evangelio, y también para cada uno de nosotros, que nuestra relación con el Señor no se basa en lo mucho que nosotros podamos ofrecerle, sino en lo mucho que él tiene que hacer en nosotros.
La viuda reconoce su situación, sabe que es pobre, que está necesitada, que sólo Dios es su esperanza y su vida, y se abandona. El gesto de entregar las dos moneditas que tenía para vivir es el signo de la entrega total al Señor, la ofrenda de la vida entera a quien es el Señor de la vida. Alguien podría juzgarla de temeridad: ¿Cómo se atreve a ofrecer lo único que Dios le ha dado para sobrevivir, exponiéndose a morir? Sin embargo, se trata del gesto, por antonomasia, de la generosidad y la confianza. Todo lo que ha recibido, lo ha recibido de Dios; y si es capaz de la entrega es sabiendo que aquél a quien ofrece es el Dios de los pobres que nunca desampara; es en la plena confianza de que el Señor “no se queda con nada”, de que su generosidad es infinitamente mayor que la nuestra. Porque sólo abandonándose a la voluntad de Dios y en la entrega sin límites es como el corazón se dispone para que Él mismo haga maravillas en su vida. Entrega absoluta, dependencia absoluta, confianza absoluta. La viuda no quedará defraudada: su Dios es un Dios que ve, que oye, que ama, que cuida a sus ovejas como el pastor a su rebaño y, si es necesario, que es capaz de dejar las noventa y nueva para ir al rescate de la necesitada (Lc 15,4).
El gesto de la viuda es capaz, finalmente, de relativizar el gesto de los ‘ricos’. Una obra buena, una buena intención, siempre será capaz de dejar al descubierto las intenciones del corazón; no sólo las intenciones propias, sino también las ajenas. Así como la luz hace notable todo ante nuestra vista, así el creyente, con su sola conducta- reflejo de la luz del Señor-, hace notar a los demás si sus acciones son conforme al plan de Dios, o no.
Jesús sigue al pendiente de lo que hacen los hombres, tiene su mirada siempre puesta sobre cada una de nuestras acciones. No por ello nos sentimos vigilados y observados, como si Él fuera un juez que espera a dar la sentencia definitiva. No. Al contrario, nos reconocemos amados por el Señor que tiene siempre puesta su mirada en nosotros (Lc 1,48), sin importar si somos ricos o pobres, si le correspondemos o no.
Tenemos, pues, dos modelos con los que podemos identificarnos. Pensemos ahora sobre nosotros mismos. ¿En qué tenemos puesta nuestra seguridad? ¿Cuáles serán nuestras ‘dos moneditas’ que el Señor nos está pidiendo en este momento? ¿Confiamos plenamente en Dios, somos capaces de abandonarnos en él? ¿Qué tal anda nuestra generosidad? ¿No será que el amor a las cosas o a las personas nos hace esclavos, incluso de nosotros mismos? ¿Somos capaces de dar y de donarnos? ¿Qué es lo que le ofrecemos a diario al Señor?
Este pasaje del Evangelio que ahora meditamos es una clara invitación del Señor a la generosidad, a la donación total de nuestra vida por Dios, por la Iglesia, por el bien de todos los hermanos. Todos tenemos algo que ofrecer: pobres y ricos, estudiados y no, empleados o patrones… Es un llamado a la humildad de quien reconoce que todo lo ha recibido de Dios y que Él es el dueño absoluto de todo, de forma que puede disponer de ‘sus cosas’ según su parecer. Es una invitación a la confianza y al abandono en Dios, que siempre nos ama y nunca nos desampara, a pesar de las dificultades.
Dejemos que la palabra del Señor transforme nuestra vida. Para los ‘ricos’ del pasaje nada cambia con “dar de lo que les sobra”; en cambio, el Señor transforma la vida de aquellos que, como la viuda, lo dan todo sin reservas. ¿Qué te estará pidiendo el Señor?
3.- Oración
A ti, Padre, que conoces mi corazón,
ante quien mis intenciones son claras como la luz del día,
y que sabes lo que tengo y lo que soy;
a ti que no rechazas a nadie y amas a todos personalmente
y valoras el esfuerzo de los sencillos y humildes;
a ti, que lo has dado todo, hasta el sacrificio de tu propio Hijo por nosotros;
a ti, el Señor que nunca se deja ganar en generosidad,
que viste los campos de flores y aromas,
que socorre siempre a hombres y animales,
y a quien hasta la hoja del árbol obedece…
a ti Señor, rindo mi vida.
Te entrego todo lo que soy.
Reconozco que eres el dueño absoluto de mi vida,
mi fuerza y mi seguridad.
Toma todo, hasta lo que más trabajo me cuesta,
lo que más amo, a lo que más me aferro.
Libra mi corazón de toda soberbia
y abre mis manos al bien de mis hermanos.
Muéstrame cómo quieres que yo te sirva.
Amén.
EN LA EUCARISTÍA CELEBRAMOS Y FORTALECEMOS NUESTRA FE
Lc 22, 14-23
- 1.Texto
14Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con sus discípulos. 15Y les dijo: -¡Cómo he deseado celebrar esta pascua con ustedes antes de morir! 16Porque les digo que no la volveré a celebrar hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios. 17Tomó entonces un cáliz, dio gracias y dijo: -Tomen esto y repártanlo entre ustedes; 18pues les digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios. 19Después tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: -Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía. 20Y después de la cena, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: -Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre que se derrama por ustedes. 21Pero el que me entrega está sentado conmigo en esta mesa. 22Porque el Hijo del hombre se va, según lo dispuesto por Dios; pero, ¡ay de aquel que lo entrega! 23Entonces ellos comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos era el que lo iba a hacer aquello.
- 2.Meditación
La mesa está preparada. Candelabros y antorchas alumbran la sala; el cordero está asado, el vino añejado y los panes sin levadura ya habían sido cosidos. Los invitados han llegado y el clima es muy familiar y festivo. Jesús también llega y se sienta a la mesa con sus discípulos (v. 14). La hora ha llegado. ¿La hora de cenar? Más aún: la hora de la salvación, la hora de la misericordia, la hora en que Jesús llevará a plenitud su misión en el mundo. Es también la hora de las tinieblas, porque junto a la mesa se sienta también el traidor y en unas cuantas horas Jesús será procesado injustamente.
El banquete nos evoca aquella profecía de Isaías (25,6ss) en donde el Señor prepara aquellos manjares de exquisitos alimentos parar saciar a sus fieles. Esta es la hora del cumplimiento. Jesús lo sabe, conoce el plan del Padre y está dispuesto a llevarlo a buen fin. Lo desea, no va obligado a la cruz, ni por obligación se queda en el pan y en el vino: es el amor su guía; por amor está dispuesto a entregarlo todo, a entregarse a sí mismo, en la cruz y en el pan: ¡Cuánto he celebrar esta pascua con ustedes antes de morir! (v. 15). Conoce su destino, su muerte inminente y también su glorificación, esa que tendrá lugar en el ‘reino de Dios’, donde volverá a celebrar la pascua eterna, en la Jerusalén celestial (Ap 21).
Ya Lucas nos había mostrado cómo el banquete es el símbolo de la familia que es reunida, acogiendo a justos y, sobre todo, a los pecadores (5,29; 7,36; 14, 15ss; 19,6); es símbolo de la alegría del perdón y la fiesta por que el hijo (todos los que aceptan el mensaje de Jesús) estaba perdido y ha sido encontrado (15,23-24). Sin embargo, la celebración de la pascua cobró en esa noche santa unos rasgos particulares que son observables en la misma narración.
Nos llama la atención, en primer lugar, una bendición especial que hace Jesús sobre el pan y el vino. Él hace una innovación dentro del mismo rito. Ciertamente los judíos hacían circular la copa cuatro veces, entre acción de gracias y bendiciones: eso es palpable en la primera de las dos copas que menciona el texto que ahora meditamos. Lucas ha hecho de toda esa cena un rito único por el que la comunidad creyente (de ayer y de hoy) comprende que la eucaristía cristiana (acción de gracias) está enraizada en la pascua judía.
Después de tomar, dar gracias, partir y repartir el pan, Él mismo aclara a sus discípulos qué es lo que comen: -Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes (v. 19). No hay engaño, ni sentido figurado, ni parábola en sus labios: el pan ha dejado de ser pan para convertirse en su cuerpo, aquél cuerpo que María llevó en su vientre durante nueve meses y que estará en unas horas pendiente de una cruz por amor a nosotros.
Los mismos gestos hace con el cáliz, y se los da a beber diciendo: -Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes. ¡Ahora podemos comprender mejor el misterio de su muerte! Jesús ha dado a beber a sus discípulos su sangre misma, explicándoles que esa nueva alianza que tanto esperaba Israel –y en él, toda la humanidad-, será sellada definitivamente con su sangre.
La antigua alianza, en el Sinaí, había sido sellada con la sangre de machos cabríos (Ex 24, 4-8). En aquel entonces Dios había elegido a Israel como el pueblo de su propiedad, y éste se había comprometido a serle fiel en el cumplimiento de su voluntad manifestada en los diez mandamientos. Pero la historia es testigo de cómo Israel fue infiel y de cómo -una y otra vez- fue renovando su alianza con el holocausto de carneros. Aquella alianza necesitaba ser renovada radical y definitivamente. Israel lo sabía. Los profetas, en particular Jeremías, hacían surgir la esperanza anunciando que Dios realizaría esta alianza nueva y eterna con su pueblo: Vienen días, oráculo del Señor, en que yo estableceré con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá una alianza nueva. No como la alianza que establecí con sus antepasados… Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo… me conocerán todos, desde el más pequeño hasta el mayor… Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados (Jer 31, 31-34).
Únicamente Lucas nos habla de esta nueva alianza (v. 20) conectando la Eucaristía con el misterio de la muerte sacrificial y redentora de Jesús: su sangre ha perdonado nuestros pecados y ha sellado la alianza definitiva por la que todos tenemos acceso al Reino, que es salvación, misericordia, paz y gozo para todos los hombres de todos los tiempos.
Ahora bien, también es Lucas el único que pone en labios de Jesús el mandato expreso de repetir aquél gesto de acción de gracias y bendición: -Hagan esto en memoria mía (v.19). Las primeras comunidades comprendieron bien lo que había querido decir Jesús en esta última cena con sus discípulos, por eso comenzaron a reunirse para escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la fracción del pan (Lc 24, 30-31.35; Hech 2,42); este era motivo también para compartir los alimentos con alegría y sencillez (Hec 2,46; 6,1) y pronto comenzaron a reunirse especialmente en domingo para conmemorar la pascua del Señor (Hech 20,7).
Nosotros, herederos de una misma tradición, seguimos reuniéndonos dos mil años después para celebrar aquél misterio de amor. Resuenan aún en los oídos de la Iglesia aquellas palabras de Jesús: -tomen y coman-, -tomen y beban-, -háganlo en memoria mía-. Desgraciadamente se constata cada vez más cómo son menos los fieles que se reúnen el domingo para celebrar la victoria de Jesús sobre la muerte y el mal. El mundo nos gana. Nos absorbe el ‘descanso’, el paseo, las diversiones que se nos ofrecen, y nos cuesta trabajo dedicar un momento para sentarnos a la mesa con Jesús. ¡Si tan sólo comprendiéramos la altura, la anchura y la profundidad de tal misterio! En la Misa lo vivimos todo: la reconciliación con el Señor, la escucha de la Palabra, la entrega de la propia vida, el encuentro con Cristo-Pan de vida, el encuentro con los hermanos, el canto que anima el corazón, el envío a la misión; con razón se han concentrado en una sola celebración todos los tipos de oración: perdón, acción de gracias, intercesión, súplica, bendición y alabanza. ¡Si tan solo nos dispusiéramos, saldríamos transformados de cada Eucaristía! Nos hemos acostumbrado al misterio, por eso es que necesitamos volver a oír con atención aquellas palabras: -Esto es mi cuerpo-, -Esta es mi sangre-; Jesús mismo se hace presente entre nosotros, el mismo en sus obras y palabras.
Desafortunadamente no basta con la presencia en el banquete del Señor. Los últimos versículos que ahora meditamos nos narran como en la misma mesa estaba sentado el traidor y Jesús se los hace saber. El hecho causa admiración entre todos los discípulos hasta el grado de preguntarse unos a otros a quién se refería Jesús (vv. 21-23). Ciertamente es el plan de Dios el que se realiza –porque el Hijo del hombre se va, según lo dispuesto por Dios (v. 22)- pero ¡ay de aquél que lo entrega!
No nos vaya a suceder a nosotros. No seamos de esos que salen del templo y se les olvida que son cristianos; esos que recién escucharon la Palabra de Dios y la echaron ‘en saco roto’; pero aún, esos que comen el cuerpo del Señor indignamente, o lo hacen dignamente pero no son constantes en su vida de gracia. ¿No seremos nosotros esos nuevos traidores que comparten el pan con Jesús?
Vivamos intensamente la celebración Eucaristía. Jesús nos invita a diario a recordar cuánto nos ama y cuánto hizo por nosotros, en el Sacramento del altar.
- 3.Oración
AL CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS[1]
¡Oh Corazón eucarístico, oh amor soberano del Señor Jesús, que has instituido del augusto Sacramento para permanecer acá abajo en medio de nosotros, para dar a nuestras almas tu Carne como alimento y tu Sangre como celestial bebida! Nosotros creemos firmemente; ¡oh Señor Jesús!, en este amor sumo que instituyó la Santísima Eucaristía, y aquí en tu presencia es justo que adoremos este amor, que lo confesemos y lo ensalcemos como el gran centro de la vida de vuestra Iglesia. Sabemos que tú no estás diciendo en este Sacramento:
¡Mirad cuánto los amo! ¡Quiero llevar a cabo la transformación de sus almas en mí, que soy el crucificado; en mí, que soy el pan de la vida eterna! Denme, pues, sus corazones, vivan de mi vida, y vivirán de Dios.
Nosotros lo reconocemos, ¡oh Señor!, tal es el llamamiento de tu Corazón eucarístico, y te lo agradecemos, y queremos, sí, queremos corresponder a él. Otórganos la gracia de penetrarnos bien de este amor sumo, por el cual, antes de padecer, nos convidasteis a tomar y a comer tu sagrado Cuerpo. Graba en el fondo de nuestras almas el propósito firme de ser fieles a esta invitación. Dadnos la devoción y la reverencia necesarias para honrar y recibir dignamente el don de tu Corazón eucarístico, este don de tu amor final. Así podamos nosotros con tu gracia celebrar de modo efectivo el recuerdo de tu Pasión, reparar nuestras ofensas y nuestras frialdades, alimentar y acrecentar nuestro amor a Ti, y conservar siempre viva en nuestros corazones la semilla de la bienaventurada inmortalidad. Así sea.
LA FE DE PEDRO PUESTA A PRUEBA
Lc 22, 54-65
- 1.Texto
54Después de arrestarlo, se fueron y entraron en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía de lejos. 55Habían encendido fuego en medio del patio, y Pedro se sentó entre los que estaban alrededor de la lumbre. 56Una criada lo vio sentado junto al fuego, lo miró con atención y le dijo:
- También éste andaba con él.
57Pedro lo negó diciendo.
- No lo conozco, mujer.
58Poco después otro, al verlo, dijo:
- Tú también eres uno de ellos.
Pedro dijo:
- No lo soy.
59Transcurrió como una hora, y otro afirmó rotundamente:
- Es verdad, éste andaba con él, pues es galileo.
60Entonces Pedro dijo:
- No sé de qué me hablas.
E inmediatamente, mientras estaba hablando, cantó un gallo. 61Entonces el Señor dirigiéndose hacia Pedro, lo miró. Pedro recordó que el Señor le había dicho: «Hoy mismo, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces»; 62y saliendo fuera, lloró amargamente.
63Los que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban. 64Le habían tapado los ojos y le preguntaban.
- ¡Adivina quién te ha pegado!
65Y le decían otros muchos insultos.
- 2.Meditació
Era la hora del poder de las tinieblas (v. 53) y Judas ya había ido, con toda la comitiva del templo, hasta el huerto de los olivos para apresar a Jesús (vv. 47ss). Ahí, a cambió de un beso y treinta monedas de plata, el evangelista nos narró cómo un discípulo de Jesús puede ser capaz de la traición. Ahora, cuando Jesús yace ya en la casa del sumo sacerdote, Lucas nos describe el otro tipo de traición que sufre el Maestro: la negación de su discípulo más cercano.
El escritor sagrado no nos dice quién era el sumo sacerdote de entonces, aunque sabemos –por San Juan (Cfr. 18)- que era Caifás. Jesús debió haber llegado a su palacio encadenado, como un malhechor; y la escena que ahora meditamos sugiere que él debió estar unos momentos en el patio, de forma que alcance a mirar a Pedro, antes de ser enjuiciado.
De entre los Doce, Pedro es el único discípulo de quien se hace referencia que siguió a Jesús recién apresado (v. 54), pero muy pronto se desvanece su aparente valentía y fidelidad. Posiblemente el miedo y la inseguridad ya lo habían seducido, por eso ‘lo seguía de lejos’ y en los escasos ocho versículos siguientes San Lucas nos narrará cómo terminará este seguimiento:
Ahí está Pedro calentándose junto al fuego en medio del patio. Él, siendo un galileo, un pescador desacostumbrado al ambiente del palacio del sumo sacerdote, decidió sentarse junto a los que estaban en torno a la lumbre. ¿Quiénes eran ellos? Criados, personal del servicio, guardias y -hasta nos podemos imaginar- uno que otro curioso que se había percatado de la captura de Jesús. Era claro que Pedro no iba a parecerles familiar en aquél lugar. Él se expone, queriendo estar cerca de su ‘Señor’.
Entonces su presencia suscita la curiosidad de aquella criada y hace que ésta lo mire con atención. ¿Qué pudo haber visto en Pedro? ¿Su atuendo? ¿Sus rasgos físicos? ¿No habrá sido que lo vio nervioso, ansioso, como preocupado, o pensativo? ¿Será que aquellos hombres estaban hablando del caso Jesús y Pedro se manifestaba incómodo? ¿Acaso la mujer ya había visto a Pedro andando junto al Nazareno? El texto no lo dice expresamente, sólo señala que lo que ha visto esa mujer es suficiente para concluir ‘este también andaba con él’ (v. 56). ¿’También él’? ¿Quiénes eran los demás? ¿Es acaso que los ahí presentes ubicaban ya a los seguidores más cercanos de Jesús?
Lo que más desconcierta no es la pregunta de la criada ni sus actitudes hacia Pedro, sino la respuesta de éste: no lo conozco, mujer (v. 57). ¿Qué ha traído entonces a un galileo extraño al patio del palacio, si no es el recién apresado? Parece que Pedro va firmando su propia acusación.
San Lucas nos describe cómo, en dos ocasiones más, quisieron identificar a Pedro con los seguidores de Jesús. ‘Otro’ le dijo explícitamente que ‘él era uno de ellos’ y, una hora después, ‘otro’ descubre su procedencia de Galilea. Pedro les respondió a los tres, aunque sólo el segundo le había hablado a él directamente. Lo curioso es que el evangelista va haciendo una disminución en el énfasis con que Pedro niega a Jesús: ‘no lo conozco’-dice a la primera mujer; ‘no lo soy’- dice al segundo; y ‘no sé de qué me hablas’ -dice al último; es como si, poco a poco, Pedro fuera dándose cuenta de lo que estaba haciendo.
Mas ¿Qué llevó a Pedro, el gran testigo de la resurrección de la hija de Jairo y de la Transfiguración, a negar a aquél hombre que le había cambiado la existencia, a aquél que había visto actuar con autoridad y milagrosamente? Sólo alcanzamos a imaginar la respuesta: el miedo a ser procesado, la incertidumbre respecto a lo que pasaba con ‘aquél que creía era el Mesías’ y que no concordaba con sus aspiraciones. En el patio, Pedro ya no era aquél hombre que había dicho a Jesús que estaba dispuesto a ir con él a la muerte (22,33). Desde luego, Pedro estaba pasando por la noche de la fe: su fe, su confianza y su fidelidad estaban siendo probadas. Lamentablemente, y como a muchos cristianos de la primera generación, le venció la debilidad.
Es el canto del gallo (v. 60) lo que, finalmente, hace que Pedro caiga en la cuenta de lo que había hecho. Lucas recuerda que, en la cena, Jesús ya se lo había anunciado al discípulo: hoy mismo, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces (22,34). Con esta nota, el evangelista está aclarando a sus lectores que todo, absolutamente todo lo que sucedió entonces, formaba parte del plan de Dios que se estaba cumpliendo.
Pero hay un detalle de esta escena que sólo lo ha escrito San Lucas. Cuando estaba cantando el gallo, las miradas de Jesús y Pedro se encontraron; o, mejor dicho, el Señor miró a Pedro. ¡Qué habrá sentido Pedro en aquella mirada! Sin duda, no era una mirada de reproche o condenación. No caben estas actitudes en este Evangelio que ha presentado a Jesús rico en misericordia.
Dese luego, la mirada de Jesús siguió siendo una mirada de amor, de comprensión, de perdón, de dolor y quizá de nostalgia o tristeza. Pese a esto, su mirada es un aviso al corazón y a la conciencia del discípulo, porque seguramente en la mirada de Jesús descubrió muchísimo más de lo que descubrió con el canto del gallo. La mirada de Jesús hace que Pedro se mire tal cual es: débil, pecador, frágil y necesitado; y no el Pedro reacio y temerario de los pasajes anteriores. La mirada también le descubre a Pedro quién es Jesús, porque puede leer en sus ojos que niega al ‘Señor’ como se nombra a Jesús en el v. 61. Esta mirada es pues efectiva, al grado que Pedro necesita salir corriendo para que aquellos hombres no le vean llorar tan amargamente como lo hizo. La amargura es precisamente por la constatación de su pequeñez y debilidad, en comparación con la grandeza del hombre que negó.
Lucas no nos cuenta más. Pedro volverá en escena hasta el domingo, cuando correrá al sepulcro a verificar lo que contaron las mujeres aquella mañana (24,12). Su testimonio ha sido colocado por el evangelista pasajes antes del lugar donde lo consignan los demás evangelios, invitándonos a leer la pasión del Señor desde la perspectiva del ‘arrepentido´.
En efecto, los versículos que siguen (vv. 63-65) nos narran las vejaciones con las que era maltratado Jesús antes de ser enjuiciado: burlas, golpes, ironías e insultos. Jesús parece ahí un juguete a merced del gusto de los custodios y no una persona que merece buen trato, haya hecho lo que haya hecho. Qué diferentes se leen estos sucesos cuando cada uno de nosotros se identifica con Pedro.
Sin duda, Lucas quiere invitar a sus contemporáneos a no dejar a Jesús en los momentos difíciles. A nosotros nos viene bien su invitación. ¿O acaso no hemos sido ‘pedro’ alguna vez en nuestra vida? Basta con que nuestra fe sea probada para constatar nuestra debilidad.
De nada vale hacernos los fuertes, como el primer Pedro, y argumentar que somos seguidores radicales de Jesús. Ojalá lo fuéramos. Pero, apenas experimentamos una dificultad en la vida (una enfermedad, un mal negocio, un problema familiar, la traición de quien amamos…) y rápidamente constatamos que somos débiles, quebradizos; que nuestra fe necesita ser reforzada y nuestra esperanza alimentada; que es muy fácil dejar la vida de gracia, que es la vida de oración y de amor, para seguir caminos fáciles – como la superstición, el alcohol y toda clase de vicios, las sectas, la división familiar- que sólo empeoran nuestra situación.
¡Cuántas veces hemos negado al Señor! Quizás explícitamente, cuando nos apena decir que somos cristianos o cuando ocultamos nuestros principios y creencias por miedo al qué dirán; cuando, para no parecer atrasados y tradicionalistas, apoyamos un sin número de actitudes, pensamientos y acciones que no corresponden con nuestra fe, sin ser capaces de defenderla.
Seguramente, han sido más las ocasiones en que hemos negado al Señor con nuestra propia conducta. Si: no corresponder con nuestra vida al amor de Dios es negarlo; vivir en pecado es negarlo; preferir la actitud cobarde de ‘dejar las cosas como están’ sin esforzarse para que nuestra persona, nuestra familia o barrio sea mejor, es negarlo; aceptar por conveniencia de dinero, poder o placer una profesión, un puesto, un negocio… también es negarlo; en fin… son más las oportunidades que el mundo nos ofrece para negar al Maestro, y muchas las tentaciones que nos invitan a dejar nuestra vida cristiana.
Como Pedro, dejemos hoy que el Señor nos mire y descubra todo lo que hay en nuestro corazón. Confiemos. Él no nos condenará, ni siquiera nos reprochará. Como a todos los pecadores arrepentidos del Evangelio, el Señor nos mostrará su perdón y su misericordia para con nosotros. Basta con que nos arrepintamos, que le confesemos nuestras culpas y, con lágrimas o sin ellas, mostremos en nuestra vida que deseamos cambiar.
¿Eres consciente de tu debilidad? ¿Estás dispuesto a no negar más al Señor? ¿Qué signo de conversión puedes hacer hoy?
- 3.Oración
Recemos el Salmo 50, que tradicionalmente ha utilizado la Iglesia como una oración penitencial. Al rezarla, pidamos perdón al Señor por las veces que, como Pedro, le hemos fallado.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad:
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores se volverán a ti.
Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado, Tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.
EN EL TEMPLO CELEBRAMOS Y EXPRESAMOS LA FE EN EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR
(Lc 19, 45-48)
Texto
Jesús entró en el templo y comenzó a expulsar a los vendedores, diciéndoles: Está escrito: Mi casa será casa de oración; pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones.Jesús enseñaba todos los días en el templo. Los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los principales del pueblo buscaban matarlo. Pero no encontraban el modo de hacerlo, porque el pueblo entero estaba escuchándolo, pendiente de su palabra.
Meditación
En esta perícopa, aunque breve, sin embargo el contenido teológico es profundo y nos puede dar mucho en qué meditar.
Primer aspecto: El templo de Jerusalén se ha convertido en un mercado, donde se negocian las víctimas para los sacrificios, donde se tiene que pagar con una moneda especial, pues el dinero del imperio romano es impuro, en teste caso es la moneda del templo, el shekel de tiro[2]. Las grandes caravanas que peregrinaban año con año al templo de Jerusalén para las fiestas de Pascua, preferían comprar sus víctimas para el sacrifico en Jerusalén por temor a que se les perdieran, murieran o se las robaran en el camino. Los comerciantes se aprovechaban de esta situación para enriquecerse, explotando a los demás, de allí que Jesús le llame cueva de ladrones, pues ve toda la injusticia y lucro que gira en torno al culto, lo cual sin duda no agrada a su Padre[3].
Segundo aspecto: Jesús reacciona ante la injusticia y comete un acto muy arriesgado, expulsar a los vendedores, que en Mc 11, 15-19 y Mt 21, 12-13 describen más pintorescamente este hecho, donde Jesús volca las mesas de los cambistas y de los vendedores de palomas. Esto lo realiza devorado por el celo de Dios y aprovecha para dar una enseñanza a la comunidad de discípulos que le siguen.
Tercer aspecto: Mi casa es cada de oración. Es el aspecto y la enseñanza central de este acto de Jesús. El templo de Jerusalén es el lugar donde habita Dios, es lugar de encuentro, es lugar de recogimiento y de adoración, es una oportunidad para estar de cerca, el Creador y la creatura, pero el lugar está corrompido, no es visto de esta manera para muchas personas, sino una oportunidad para hacerse ricos, es un mercado, no es un lugar de silencio y recogimiento. Esto es algo que los sacerdotes no han puesto atención, han descuidado su deber de cuidar el lugar santo, al igual que las personas que asisten a él. Jesús no puede tolerar esta situación y actúa como quien tiene la autoridad y el poder de hacerlo y no duda, pero con el único propósito de dar una enseñanza fundamental.
Cuarto aspecto: Estas acciones de Jesús provocan en su perseguidores cada vez más ira, mar odio, pues afecta sus intereses, no se dejan tocar y buscan la manera de matarlo (versículos 47-48) o de deshacerse de él como lo veremos en los capítulos siguientes, le tienden trampas. Mc 11, 18 nos dice al respecto: “Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús, porque le tenían miedo, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza”. ¿Qué no fue esta actitud de miedo la que tuvo el siervo perezoso del que nos habla Lucas en el versículo 20, o la actitud de los conciudadanos que no quieren al hombre noble como rey y conspiran contra él (Lc 19, 14)? Toda la muchedumbre reconoce en Jesús la presencia de Dios, excepto los que se dicen estar más cercas de él, excepto sus ministros, la gente está pendiente de su Palabra, que sin duda es una palabra que renueva, que causa una guerra en el interior, pero que sana, que libera, que conforta, que trae paz, habla como quien tiene autoridad y sus palabras no son sólo de él, es su Padre quien habla en él, es su Padre que se muestra en él. Jesús es viva imagen de Dios, trasmite en el templo su experiencia de encuentro.
¿Este pasaje cómo nos confronta hoy? ¿Nuestros templos, nuestras parroquias, nuestros cuerpos, los conservamos y cuidamos como casas de oración, como casa donde habita Dios, o las hemos convertido en mercados?
De Jesús en adelante el templo material no será más el único lugar de encuentro, lo será también el interior, el corazón de cada persona, nuevo templo de Dios, lugar en el que quiere habitar, que no nos pase como en el templo de Jerusalén que lo llenemos de casas que no son Dios o que hagamos de lo que no es Dios nuestro dios. Dios se merece un lugar tranquilo, no turbio, la voz de Dios es el silencio, sólo en la disposición interior podrá llevarse a cabo este encuentro en el que Dios sale al encuentro del hombre y este abre las puertas de su corazón para que entre Dios. Nuestro interior es el nuevo templo de oración.
No olvidemos también que Dios ha querido quedarse sacramentalmente en la Eucaristía en el sagrario, allí también podemos encontrarnos con él. Nuestra persona también puede ser un sagrario para Dios si dejamos que actúe su Gracia, si lo recibimos sacramentalmente, si escuchamos su Palabra. Con tristeza constatamos que en nuestra situación de hoy, hay muchos templos vacíos, templos donde ya no está Dios o si está, se encuentra sólo. Corazones convertidos en mercado, donde hay de todo, menos Dios. Jesús nos invita a deshacernos de todo aquello que nos impide este encuentro y si le dejamos, el mismo nos ayuda expulsando de nuestro templo a los vendedores, a lo que nos estorba.
Oración
Oh mi Señor, tú eres bueno y paciente, lento a la ira y misericordioso: hoy te pido que me infundas tu Espíritu, para que yo pueda tener un corazón semejante al tuyo y aprenda a obrar y a orar según el ejemplo que nos has dado en tu Hijo, Jesús.
No permitas que mi corazón se convierta en una cueva de ladrones, sino que sea un lugar donde mores, donde pueda entrar en contacto contigo en la intimidad del silencio. Que no anide en el la pereza, la indiferencia y el pecado. Enséñame a respetar mi cuerpo como templo vivo tuyo, que la sensualidad, el egoísmo, la pereza, la lujuria, no dominen mis acciones. Señor que sepa descubrirte en el hermano como templo vivo en el que moras, que tenga respeto por los lugares sagrados y que nunca me olvide también de visitarte al tabernáculo del sagrario, donde moras sacramentalmente. Permíteme recibirte todos los días de mi vida, sino se puede sacramentalmente, al menos espiritualmente y que tu Espíritu me fortalezca y alimente. Te lo pido por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
LOS PAGANOS CREEN EN JESÚS
(Lc 7,1-10)
Texto:
Cuando Jesús terminó de hablar al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un oficial romano, que tenía un criado a quien quería mucho, y que estaba muy enfermo, a punto de morir. Oyó hablar de Jesús, y le envió unos ancianos judíos para rogarle que viniera a sanar a su criado. Los enviados, acercándose a Jesús, le suplicaban con insistencia:
-Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo y ha sido quien nos ha edificado la sinagoga.
Jesús los acompañó. Estaban ya cerca de la casa cuando el oficial romano envió unos amigos para que le dijeran:
-Señor, no te molestes. Yo no soy digno de que entres en mi casa, por eso no me he atrevido a presentarme personalmente a ti; pero basta una palabra tuya, para que mi criado quede sano. Porque yo, que no soy más que un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y si digo a uno de ellos: «Ve», él va; y a otro: «Ven», él viene; y a mi criado: «Haz esto», él lo hace.
Al oír esto Jesús, quedó admirado y, dirigiéndose a la gente que lo seguía, dijo:
-Les aseguro que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.
Y cuando regresaron a casa, los enviados encontraron sano al criado.
Meditación:
En los capítulos anteriores Lucas presenta a Jesús sanando y predicando en Galilea, cumpliendo la misión para la cual vino a este mundo, como nos lo había dicho al inicio del ministerio de Jesús: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor (4,18-19). Esto es precisamente lo que acaba de hacer Jesús, anunciar la buena nueva y realizar muchas curaciones a favor de los pobres. Detrás de Jesús lo sigue mucha gente. La misión de Jesús no se reduce a sólo los judíos, sino que se abre a las naciones, a los paganos, es por eso que Lucas lo presenta entrando en Cafarnaún y, precisamente, se encontrará con un oficial romano, que no era “de los elegidos”, según la mentalidad de los judíos.
El oficial romano desde el inicio es presentado como alguien que busca a Jesús, que tiene indicios de querer seguirlo, de conocerlo, pues lo demuestran sus actitudes y sentimientos: gran cariño por su criado preocupación por su salud y su salvación, además, les construyó al pueblo una sinagoga. Hay, pues, un inicio de la fe, una disposición por ser de los seguidores de Jesús.
El oficial no ha conocido personalmente a Jesús, sino que sólo ha oído hablar de él, de sus obras, milagros y de su mensaje, sin embargo, confía en que tiene poder para devolver la salud a su siervo. En Mateo es el mismo oficial quien aborda a Jesús y le hace la petición, para Lucas, es necesario acudir a los encargados de la comunidad, a los ancianos judíos para que intercedan ante Jesús. Los enviados, además de hacer la petición, aclaran o abonan a ella el que quien la solicita es digno, pues ama al pueblo y les ha hecho el bien construyéndoles una sinagoga. Es interesante notar que estos ancianos judíos ponen su atención en el bien externo que ha hecho el oficial, en cambio Jesús verá al interior, le concederá lo que pide, pero no por el bien que ha hecho al pueblo, sino por su grande fe.
Jesús los acompaña. Para Lucas es importante la presencia de Jesús en la comunidad y hecho de que constantemente está de camino. La comunidad a la que está dirigido el evangelio es una comunidad con una conciencia clara y fuerte de la presencia y compañía de Jesús que ha resucitado, que va al encuentro del enfermo, del pobre y desamparado.
Cuando estaban cerca de la casa, el oficial envía a unos amigos. Ya no se vale de personas del pueblo judío, sino de sus amigos, de su confianza. Tiene gran confianza en Jesús y su poder sanador y salvador, pero no se siente digno de recibirlo, de que tan grande profeta entre en su casa. Desde aquí se muestra la clara conciencia de su situación de pecador, el reconocerse indigno, sabe que no pertenece al pueblo de la elección, pero quiere hacerse partícipe de la gracia de la salvación que trae Jesús, que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. No se siente digno de encontrarse personalmente con Jesús, sin embargo ya está siendo motivo de que otros se encuentren con él.
Al mandar decir: “No te molestes, basta con que digas una palabra y mi siervo quedará sano”, muestra también el evangelista que la comunidad sabe del poder sanador de la Palabra, sabe que la Palabra de Jesús implica su misma presencia. Esto indica la conciencia y la gran dignidad que se tenía en las celebraciones litúrgicas respecto a la proclamación de la Palabra: es Jesús mismo que se hace presente y que su mensaje es capaz de transformar a las personas, de sanar las enfermedades, de expulsar a los demonios, etc.
El oficial expresa maravillosamente hasta dónde llega su fe en Jesús. Consciente, como ya dijimos de su indignidad y su pecado, de que su palabra es capaz de ser ejecutada sin más, por el oficio que tiene, ¿cuánta mayor poder no tendrá la Palabra del Señor de ser eficaz al momento de mandar algo? Este ejemplo de fe y confianza dejará admirados no sólo a las personas del pueblo, sino al mismo Jesús, que alaba tan grande confianza. La comunidad a la que escribe Lucas está compuesta por gente venida del judaísmo, pero que ha aceptado en su seno a los romanos y a los helenistas. El hecho de que sea el oficial romano quien de esta confesión de fe, manifiesta que han sido los paganos los que han estado más disponibles para recibir el mensaje y la persona de Jesús, en cambio los judíos han cerrado más su corazón a este mensaje negándose ellos mismo la participación en la misma vida de Jesús.
“Les aseguro que ni en Israel he encontrado una fe tan grande”. Lo que dijimos antes queda ratificado por estas palabras de Jesús. Los pecadores y las prostitutas se han adelantado en el reino de los cielos; vendrán pueblos de todo el orbe y se sentarán para juzgar a las doce tribus de Israel… Han sido los judíos los más duros de corazón para aceptar a Jesús, porque no cabe en sus esquemas el que conviva con publicanos y pecadores, porque acoge a los impuros.
La nueva comunidad de Jesús ya no será precisamente la que proviene de la antigua promesa, la de los “elegidos” de Israel, sino que estará integrada por todos aquellos que acojan el mensaje y vivan según las enseñanzas del Maestro. La Iglesia que funda Jesús no se basará en construir sinagogas y ser de los que están al frente de los servicios litúrgicos solamente, sino de quienes, reconociendo su pecado e indignidad y al mismo tiempo la grandeza y el poder de Jesús lo acogen en su vida. Esta será la verdadera fe que mantendrá unida a la nueva comunidad cristiana.
En la actualidad nos encontramos con muchas personas despreciadas, olvidadas, alejadas de la Iglesia, que no han encontrado su lugar en la comunidad, pero que sin embargo viven esperando la salud y la salvación que viene de Dios. Este pasaje nos invita a cuestionarnos, entre otras cosas, sobre qué importancia estamos dando a la Palabra de Dios en nuestras celebraciones litúrgicas, en la oración y en la vida diaria. Hace falta retomar la pastoral litúrgica para hacer cada vez más manifiesta la eficacia de la Palabra divina ante el dolor y la enfermedad que nos rodea.
Sucede en muchas ocasiones que, los que nos decimos más cerca de las cosas de Dios, somos los más alejados, o al menos impedimos a quienes con un corazón sincero buscan encontrar paz y consuelo en Dios. Tal vez con tantos requisitos, horarios, estructuras que existen en la organización de la Iglesia (que, por cierto, ayudan mucho), en ocasiones bloqueamos ese encuentro con Cristo a los que lo buscan con sincero corazón.
De la misma manera, hay muchas personas con cargos u oficios importantes en la sociedad y, dándose cuenta de que el dinero y el poder terrenal no lo son todo, cada vez son más los que se acercan a Jesús buscando salud y consuelo. Hay que acudir con aquellos que Dios ha puesto como responsables de la comunidad, pero sabiendo que sólo Jesús es quien puede ofrecer la salvación.
Gran testimonio de fe que nos deja este pasaje del oficial romano, como lo han dejado en nuestra región tantos y tantos mártires que se han olvidado de sí y han ofrecido su vida como testimonio de su radical entrega a Cristo.
Oración:
Señor Jesucristo, que te has hecho hombre para ofrecer la salvación no sólo a unos cuantos, sino a todas las naciones, te pedimos que nos alientes con tu Espíritu y que tu Palabra sane todas nuestras enfermedades corporales y espirituales para que, fortalecidos y llenos de tu gracia podamos dar testimonio de tu nombre ante el mundo que nos rodea. Tú, que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.
LA FE DE LA MUJER PECADORA
(Lc 7,36-50)
Texto:
Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró, pues, Jesús en casa del fariseo y se sentó a la mesa. En esto, una mujer, pecadora pública, al saber que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume, se colocó a los pies de Jesús, y llorando comenzó a humedecer con sus lágrimas los pies de Jesús y a enjugárselos con los cabellos de la cabeza, mientras se los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto el fariseo que lo había invitado, pensó: «Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues en realidad es una pecadora». Entonces Jesús tomó la palabra y dijo:
-Simón, tengo que decirte algo.
Él contestó:
-Di, Maestro.
Jesús continuó.
-Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía diez veces más que el otro. Pero como no tenían para pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Quién de ellos lo amará más?
Simón respondió:
-Supongo que aquél a quien le perdonó más.
Jesús le dijo:
-Así es.
Y dirigiéndose a la mujer, dijo a Simón:
-¿Ves a esta mujer? Cando entré en tu casa no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha humedecido mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso de paz, per ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No me has ungido con perfume. Te aseguro que se ella da tales muestras de amor es que le han sido perdonados sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdona poco, mostrará poco amor.
Entonces dijo a la mujer:
-Tus pecados quedan perdonados.
Los invitados se pusieron a pensar: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer:
-Tu fe te ha salvado; vete en paz.
Meditación:
Un fariseo invitó a Jesús a comer. Cuando compartimos la mesa, no sólo lo hacemos para alimentarnos, sino que es signo de compartir la misma vida, de compartir la alegría, la amistad, el amor. Sin embargo, en muchos encuentros de Jesús con los fariseos éstos harán pasarse por listos y por bien intencionados para ponerlo a prueba, para ponerle trampas y poder acusarlo. En este caso lo invita a comer, pero no porque quiere compartir la vida y la alegría de su presencia. Jesús no se niega, pues ésta será una gran oportunidad de dejarle una enseñanza a Simón.
Una mujer, pecadora pública, se enteró de que Jesús había entrado a comer y se acercó para ponerse a sus pies. Muestra una actitud de escucha, de arrepentimiento, de querer ser sanada por Jesús.
En cada gesto que la mujer hace con Jesús va reconociendo en él su identidad de Mesías, del esperado; se coloca a sus pies, es decir, lo reconoce como el Maestro, el profeta, el que enseña, como el que trae el mensaje de la salvación para su vida y para el mundo entero; le lavó los pies con sus lágrimas y se los enjugó con sus cabellos, reconociéndolo como el Señor y el Santo, y ella colocándose como su servidora y que necesita ser purificada; lo unge con perfume, viendo en él al rey esperado, el Mesías, el enviado de Dios, el sacerdote; cubre de besos sus pies, la misma actitud humilde del Bautista: no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias.
Mientras ésta mujer con estos gestos reconoce la infinita grandeza de Jesús, el fariseo en su interior lo desacredita: «Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues en realidad es una pecadora». Ciertamente el fariseo sabía qué clase de mujer era la que estaba tocando a Jesús, pues él la conocía muy bien, probablemente hasta habría tenido alguna aventura con ella, pues muy fácilmente ingresó en su casa aquella mujer. Pero, por otra parte, Jesús también conocía a aquella mujer, era una pecadora que buscaba la salvación, precisamente a ese tipo de gente es a los que había venido Jesús a anunciar la salvación y la liberación. Jesús conocía su interior, el arrepentimiento que sentía por su mala vida y la gran confianza y amor que por él sentía.
Jesús toma la palabra para tumbar de sus elucubraciones al fariseo e invitarlo a ver más allá de la mera apariencia, a darse la oportunidad de abrir su corazón a la gracia y la salvación ofrecidas por Dios en Jesucristo. Pero lo hace de una manera muy sutil, que el mismo fariseo pueda entender y reconocer por su propia cuenta en lo que estaba mal.
El perdón de los pecados y la salvación se ofrecerán a quienes abran su corazón y se dejen amar. De la misma manera, aquellos que sean capaces de experimentar en su vida el gozo de la salvación y liberación del pecado, estarán en la posibilidad de mostrar más amor a Dios que los perdona. En eso consistirá de ahora en adelante el reino, en amar a Dios y perdonarse mutuamente.
Ya desde la primera comunidad se suscitaron cuestiones sobre el trato y las exigencias que se debían tener o pedir aquellos paganos que acogían la fe, con esto, la enseñanza de Lucas es clara: el reino de Dios no consistirá sólo en pertenecer al pueblo de la alianza y pretender cumplir al pie de la letra la ley, sino en amarse los unos a los otros y permanecer unidos en un mismo espíritu, más que hacer distinción de clases, de razas o lenguas, es el amor y el perdón mutuo lo que debe caracterizar a los seguidores de Cristo.
En la actualidad ¿se podrá decir de nosotros: ¡Mírenlos, cómo se aman!? ¿En realidad seremos comunidades capaces de perdonarnos nuestros errores y faltas? En muchas ocasiones los que nos decimos más allegados a las cosas de Dios podemos caer en la tentación de considerar menos o despreciable a quien ha llevado una vida disoluta, y ¡cuántas veces no juzgamos en nuestro interior al hermano!
Mientras más practiquemos el perdón mutuo, mayor amor tendremos entre nosotros.
Oración:
Jesús, sé que he actuado mal,sé que no he hecho lo que tú esperas de mí,
sé que con mi forma de actuar me he alejado del camino de tu amor.
Me sabe mal haber actuado así porque tú me amas, y tu camino es el camino de la felicidad.
Jesús, te pido perdón, y te pido tu fuerza para vivir como tú viviste.
AMEN
LA FE EN CRISIS
(Lc 8,22-25)
Texto:
Uno de aquellos días subió Jesús con sus discípulos a una barca y les dijo:
-Pasemos a la otra orilla del lago.
Y comenzaron la travesía. Mientras navegaban, Jesús se durmió. Entonces una tempestad se desató sobre el lago, y la barca empezó a hundirse, con el consiguiente peligro de naufragio. Los discípulos se le acercaron y lo despertaron, diciendo:
-¡Maestro, maestro, nos hundimos!
Jesús se levantó y ordenó calmarse al viento y al oleaje; éstos amainaron y el lago quedó en calma. Entonces dijo a sus discípulos:
-¿Dónde está su fe?
Y llenos de miedo y asombro se decían unos a otros:
-¿Quién es éste que manda incluso a los vientos y al agua, y lo obedecen?
Meditación:
En los versículos introductorios, Lucas no pone más detalles, simplemente nos presenta a Jesús que sube a la barca y desea ir a la otra orilla del lago. Y comenzaron la travesía; una vez más Jesús está de camino, y con él están sus discípulos.
Luego de una jornada de trabajo, y abatido por el cansancio, Jesús se queda dormido en la barca. En eso, se desató una fuerte tempestad en el mar que puso a la barca en peligro de hundirse. Pero para Jesús parecía que todo estaba en orden, pues seguía dormido tranquilamente.
Mientras tanto, los discípulos están angustiados, espantados, por lo que claman la ayuda de Jesús: “!Maestro, Maestro, nos hundimos!”. En esta expresión de Lucas a diferencia de Marcos, en que los discípulos despiertan a Jesús como reprochándole, aquí tal reproche se convierte en una oración suplicante ante la angustia que les oprime.
Es curioso que, al despertarse, la reacción primera de Jesús no se dirige a los discípulos sino a la naturaleza, al viento y a las olas, ordenándole la calma; en tal orden no hay vacilación, no hay lugar a la duda o al temor, pues Jesús sabe bien que la tempestad, al punto, obedecerá sin más. Este acontecimiento es central en la perícopa pues manifiesta la conciencia que la primera comunidad tiene del poder de Jesús, el cual, una vez resucitado de entre los muertos y siendo de la misma naturaleza de Dios Padre, puede dominar sobre el mar y el viento. La comunidad a la que Lucas se dirige comienza a tener muchas las contrariedades y a sentir el desánimo, sin embargo, dicha convicción sobre el poder de Jesús está muy arraigada entre ellos y ven estos acontecimientos desde la fe y los actualiza para darle sentido a su vida de creyentes que teme no poder resistir por su propia cuenta. Para que no nos quedemos en el temor o la angustia ante la realidad, es necesario despertar a Jesús entre nosotros, suplicarle que nos ayude para no hundirnos ante los problemas y dificultades de esta vida.
Y continuando con el relato, una vez que ha amainado la tempestad y viene la calma, ahora que ya no hay peligro de hundirse y morir, Jesús se dirige a sus discípulos para hacerles una “reprimenda”: “¿Dónde está su fe?”. En este momento queda a un lado el prodigio de Jesús al calmar a la tempestad para pasar a un punto central, una interpelación para la vida misma de los discípulos. Y ante esto, podríamos pensar que Jesús se hizo el dormido, o se durmió de verdad, pero esperando más fe de parte de sus discípulos, cosa que no sucede como tal vez esperaba. ¿Qué nos puede decir a nosotros esta pregunta? Ante las dificultades, la violencia y la crisis que está viviendo nuestra sociedad, que parece que nos hundimos en un abismo de sin sentido, bien Jesús podría preguntarnos ¿Dónde está su fe? ¿En realidad tenemos la suficiente fe para confiar en que Jesús puede actuar y liberarnos de todas estas situaciones?
Ante tal acontecimiento, dice el texto que los discípulos se llenaron de miedo, de asombro, más que de confianza porque había pasado el peligro. Pero hizo que se despertara en ellos la curiosidad ante un misterio tan hondo: la persona de Jesús y su poder sobre la naturaleza. Sin embargo, la pregunta que Jesús les hizo, parece no tener contestación por parte de los discípulos, cosa que nos invita a pensar en que Jesús es muy paciente con ellos y no les reclama propiamente, sino más bien los invita a esa fe y confianza total y absoluta en el poder divino, aún en medio de las adversidades. Esta pregunta llevará a los discípulos a hacerse otro interrogante, como ya dijimos, sobre el misterio que encierra la persona de Jesús, cuál es su identidad, que enseguida responderán por boca de Pedro cuando hace esta confesión de fe: “Tú eres el Mesías de Dios” (9,20). Sin duda esta misma conciencia se tenía muy clara en la comunidad de Lucas.
Hoy en la actualidad la Iglesia camina en medio de un mundo que presenta grandes retos y problemas, donde las persecuciones contra ella no son tanto de sangre y violencia física, sino morales e ideológicas. Todo esto nos puede llevar al desánimo, a perder la confianza en Jesús que parece dormir. Podemos preguntarnos: ¿dónde esta Jesús?, ¿tiene en realidad poder para clamar este tipo de tempestades que ahora nos tienen en peligro? Sin embargo, la invitación y una de las enseñanzas que nos deja este pasaje del evangelio es que, aunque Jesús parece dormido y guardar silencio, debemos confiar en él. Debemos nuevamente, como los discípulos, despertar a ese Jesús que hemos dejado dormir, porque quienes nos observan desde fuera en muchas ocasiones se llevan la impresión de que Jesús ya no camina con nosotros los cristianos. Es por eso que vuelve a cuestionar: ¿qué tanto confiamos en él ante las dificultades? ¿Tomamos conciencia de que va con nosotros y estamos en sus manos, o pensamos que quienes hacen la violencia y nos dominan con el poder económico y político son más poderosos que Jesús?
De la misma manera, podemos preguntarnos seriamente: ¿quién es Jesús para mí?, ¿puedo hacer la misma afirmación que Pedro? Pues de la capacidad de responder a estas preguntas dependerá en gran medida el tipo de cristianismo que queramos vivir o que estamos viviendo.
Oración:
"Te rogamos humildemente Señor, que te dignes a aumentar nuestra Fe. Que pase lo que pase, nunca caiga sino que aumente en tanto en cuanto permanezcamos fieles a Ti Señor. Por todos los sufrimientos que padeciste en tu cruz. Señor y Dios Nuestro. Amén”
FE EN JESÚS MISERICORDIOSO
Mc 1, 40-45
Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: -Si quieres, puedes limpiarme. Jesús, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: -Quiero, queda limpio. Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. Entonces lo despidió, advirtiéndole seriamente: No se lo digas a nadie, vete, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les conste que has quedado sano. Él, sin embargo, tan pronto como se fue, comenzó a divulgar entusiasmado lo ocurrido, de modo que Jesús no podía entrar ya abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares despoblados, y aún así seguían acudiendo a él, de todas partes.
MEDITACIÓN
El Evangelio de Marcos nos presenta un milagro realizado por Jesús, en el cual no es él quien toma la iniciativa de sanarlo, sino que es el enfermo quien de rodillas le suplica lo limpie. El enfermo sufre de lepra. En la época de Jesús, los leprosos estaban apartados de la sociedad y tenían que vivir lejos de la comunidad en un lugar especial, no sólo por la enfermedad de por sí contagiosa sino, sobre todo, por ser considerada una enfermedad que manifestaba el interior lleno de pecado de la persona. Si el cuerpo se encuentra llagado, podrido, el interior está igual por causa de los pecados cometidos. A pesar de esta condicionante social, el leproso se atreve a acercarse a Jesús.
Jesús nos va a enseñar cual ha de ser en adelante la misión de la Iglesia: la prestación de atención especial a los marginados y a los enfermos. La Iglesia, por medio de la voz de los Papas, sobre todo en los últimos dos siglos, ha salido en defensa de las clases marginadas, cumpliendo así con el legado de Cristo. La Doctrina Social de la Iglesia, escrita a la luz misma del Evangelio de Cristo, ha luchado por el bien del hombre y contra la injusticia que contra él se cometía, alcanzando logros y avances en lo material y social.
Fijemos nuestra atención en la actuación del leproso. Él se pone a los pies de Jesús en actitud de profunda oración: “Puesto de rodillas”. El Evangelio dice que en esa actitud “le suplicaba”. Habríamos esperado una oración más o menos como ésta: “Señor, límpiame de la lepra”. Pero en esta oración él habría expresado su propia voluntad. Su oración es mucho más perfecta; él prefiere que se haga la voluntad de Jesús, seguro de que eso es lo mejor para él. Por eso su oración es esta otra: “Señor, si tú lo quieres, puedes limpiarme”.No exige nada sino que deja a Jesús libre de hacer su voluntad: “Si quieres”. Es como si orara ya en la forma que Jesús nos enseñará a hacerlo: “Hágase tu voluntad”.
El leproso no hace prevalecer su voluntad. Quiere que se haga la voluntad de Jesús. Pero en una cosa es firme y claro: “Tú puedes limpiarme”. Tiene fe en el poder de Jesús. Quiera o no quiera limpiarlo, el leproso de todas maneras cree en Jesús. La fe es la que conmueve a Jesús. No puede dejar de actuar a favor de quien cree tanto: “Extendió su mano, le tocó y le dijo: Quiero; queda limpio. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio”.
Jesús se compadece de aquél hombre, lo toca y aceptando su deseo de querer sanarlo, lo sana. El signo de tocarlo y dar la orden de quedar curado nos manifiesta el poder de Jesús, al grado de que al instante la lepra desapareció quedando completamente limpio. Estos signos que Jesús utiliza para sanarlo están enmarcados por una profunda compasión; Jesús al tocar al leproso le comunica “algo”: una vida nueva, liberado del pecado.
Después de llevada a cabo la curación Jesús ordena a aquel hombre no se lo dijera a nadie sino simplemente cumplir con el precepto de presentarse al sacerdote para que quedara verificada su limpieza y así poder insertarse nuevamente en la comunidad.
Esta orden que da Jesús parece resultar obvia sabiendo de ante mano las reglas que existen con respecto a estos casos, pero aún con eso, es desconcertante la actitud de Jesús de prohibirle que divulgara el milagro. La razón de prohibirle al hombre que lo divulgara podría estar en la línea del “secreto mesiánico” que los evangelios van llevando, cosa que el hombre recién sanado no hizo.
Jesús con este signo, si bien ha superado con su conducta de misericordia las leyes y costumbres de su tiempo, respeta la ley, pues no ha venido a abolir la ley, sino a llevarla a su plenitud, y por eso ordena al leproso que cumpla con el rito de purificación.
Hemos de descubrir con atención el testimonio del hombre y su algarabía no podía ser otra o de menor intensidad, porque no sólo ha sido sanado, sino que ha vuelto a insertarse en la vida de la comunidad, ha logrado nuevamente que los demás lo acepten. Con este signo Cristo prácticamente lo hace un hombre nuevo, porque lo adentra en la vida cotidiana. Este hecho nos dirá sin duda mucho a los que nos acercamos constantemente como ese leproso a decirle: Si quieres puedes limpiarme. El hombre curado se lanza a dar testimonio de lo acontecido. Su sola presencia ya hablaba del milagro realizado por Jesús y que al comunicarlo a los demás hacía que Jesús fuera cada vez más buscado, lo cual le impedía estar y permanecer en las ciudades.
Muchas veces pensamos erróneamente que a Dios sólo le importa nuestro bien espiritual, a Dios le importa la felicidad del hombre, es decir, el bien espiritual, el bien corporal y el bien temporal. Jesús da la salud al alma y la salud al cuerpo; retorna al que sufre la felicidad íntegra, nunca deja las cosas a medias. Hoy actúa igual. En conclusión, podemos descubrir en la narración a un hombre que sabiéndose necesitado de salud, se acerca desesperado a Jesús para que lo sane, pero más que a sanarlo a que lo ayude a ser aceptado, a ser insertado nuevamente en la comunidad que lo había relegado por su condición de enfermo y por tanto, de pecador. Descubrimos en Jesús a Dios que sana, que cura las heridas de todo nuestro ser y nos vuelve a insertar en la comunidad, es decir, en la comunidad de hijos de Dios.
ORACIÓN
"Oh, Dios mío, este enfermo que se encuentra ante Ti, vino a pedirte por lo que él cree que es lo más importante por lo que desea y considera lo mejor para él. Infunde Oh Dios, en su corazón estas palabras: "La salud del alma es lo más importante". Señor, qué se cumpla en él tu santa voluntad! Si Tú quieres, que se sane, y, si es tu voluntad, que siga llevando su cruz pero dale la gracia de soportarla"
[1] Cfr. Al corazón eucarístico de Jesús, http://www.devocionario.com/eucaristia/frecuentes_1.html#O3 (28 noviembre 2011).